En muchísimas ocasiones los seres humanos nos sentimos víctimas de las circunstancias: “es imposible que yo disfrute de mi trabajo si tengo un jefe insoportable”, “es imposible que vea la vida con alegría e ilusión si estoy enfermo”, “es imposible que no me sienta superado y estresado, cuando tengo que estar en mil frentes a la vez: el trabajo, la familia, las obligaciones, las tareas pendientes, los imprevistos…”.
Nos encontramos frente a uno de los autoengaños más demoledores: me meto en el papel de víctima y espero que las circunstancias cambien o a que alguien me saque o me salve de ellas.
A lo largo de nuestra vida, se han ido implantando en nuestra mente ideas sobre nuestra insuficiencia y nuestra incapacidad. Por eso, no hay confianza, no hay entusiasmo… Reaccionamos en vez de responder y justificamos nuestras desgracias culpando a alguien o a las circunstancias.
Cuando uno se experimenta a sí mismo como víctima, camina por la vida agotado, asustado y profundamente frustrado. El estado de ánimo que tenemos cuando nos sentimos víctimas reduce la eficiencia para hacer frente a las tareas de cada día. Además, nos vuelve irritables por lo que se hace especialmente complicada la sintonía con otras personas. Por si esto fuera poco, también genera un enorme cansancio que hace que estemos permanentemente agotados y que caminemos como zombis por la vida. El estado de ánimo que acompaña a la mentalidad de víctima es en sí mismo un problema que se agudiza cuando las circunstancias son de por sí complejas.
Ir de víctima significa asumir que no se es libre, sino esclavo de las circunstancias. Es tiempo de tomar las riendas de nuestras vida, de ser sus artífices y protagonistas y de ser capitanes de nuestro destino. Solo así saldremos de nuestra zona de confort y podremos descubrir un mundo nuevo.
Fuente: “Ahora yo”. Mario Alonso Puig.
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