Sin duda la felicidad va unida al amor, a la experiencia más subjetiva y conmovedora del hombre, esa experiencia de unión con el otro o con el todo. Pues la experiencia del amor siempre significa una unión con el todo, con el
todo desde el otro, o con el todo desde el todo. Un instante de amor que, como pronunciase Dante en el Canto V de la Divina Comedia: “Infundió en mí placer tan fuerte que, como ves, ya nunca me abandona”. Tras esa sensación intensa, donde el amor se presenta, éste es buscado ya para siempre, como un paraíso perdido que esperanzados pidiéramos su regreso. Y, hoy más que nunca, necesitamos de esa motivación por abrazar instantes únicos, para no dejar que nos arrastre un tiempo presente que siembra desesperanzas, pesimismos, negatividades crónicas -en definitiva- que sólo sirven para infundir mayor pesadez de ánimo y acidez de espíritu. Pues no es el futuro más que una proyección que dependerá de cómo la representemos y afrontemos, de cómo la interioricemos y decidamos vivir, en busca de la felicidad o asumiendo la derrota y el fatalismo de las circunstancias. El hombre puede cambiar su destino, puede remontar tempestades y aligerar y salvar su aflicción si así lo quisiera. Solamente necesita creerlo y quererlo, y hacerlo. Es necesario confiar en las posibilidades que son eso, posibles siempre, realizables. No hay otro camino para el cambio que verdaderos actores dispuestos a llevar a cabo ese cambio, no hay otra manera de conquistar nuevas formas de vida deseables que un deseo certero de reformar la convivencia en auténtica vivencia con el otro. Y así, el instante de felicidad, de amor compartido y convertido, no será solamente uno en exclusiva, aislado y resguardado en la memoria de los días, sino que se convertirá en un aroma ilimitado, derramándose con frescura en todos los instantes del día.
"La Tribuna"
http://lashorasylossiglos.blogspot.com.ar/2013/09/dias-felices.html
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