Por Eduardo González-Granda
En Occidente estamos acostumbrados a asociar la ciencia con la tecnología, la cual disfrutamos o padecemos según los casos. Sin embargo, la ciencia nos es mucho menos conocida.La ciencia es primeramente una actitud, es la forma en que vamos a buscar las respuestas a nuestras preguntas. Podríamos decir que hay dos actitudes fundamentales: la científica y la religiosa.
En la ciencia, siempre tenemos meras teorías, nunca estamos seguros de nada al cien por cien. Sabemos que cualquier teoría, por genial que pueda parecernos, no representa la verdad ni la realidad, sino una aproximación o un modelo. Investigamos para encontrar una aproximación a la realidad nueva y mejor, y dicha búsqueda se convierte en algo apasionante. Cuando algo nuevo, aún no comprendido por el género humano, se revela al investigador por primera vez, esa experiencia tiene algo de éxtasis místico, y ése es el motor oculto de la búsqueda científica.
En la ciencia, la duda es sana, es fecunda. La crítica hacia las ideas y teorías de otros científicos
es deseable porque ayuda a construir ciencia, a ver los puntos débiles de la teoría. Albert Einstein fue un científico admirado y admirable, pero que dijo también muchas tonterías y estaba equivocado en algunas cosas fundamentales.
es deseable porque ayuda a construir ciencia, a ver los puntos débiles de la teoría. Albert Einstein fue un científico admirado y admirable, pero que dijo también muchas tonterías y estaba equivocado en algunas cosas fundamentales.
En la religión, tal como la entendemos en Occidente, nos adherimos a una revelación de la Verdad. La duda, la crítica se considera peligrosa, desaconsejable y herética. Los representantes religiosos suelen estar investidos de una cierta representación de dicha verdad y su importancia radica en esa investidura, no en lo que ellos mismos piensan, dicen o son.
La religión se pretende segura y verdadera, mientras que la ciencia siempre se reconoce equivocada.
Albert Einstein dijo en cierta ocasión que, a su juicio, el budismo era la única religión compatible con la ciencia.
El budismo es una religión con actitud científica, a pesar de que muchos budistas no la tengan. El Buda no es un Dios, sino un sabio, un Einstein de lo espiritual que vivió hace 2500 años. Mediante la reflexión y la meditación, descubrió verdades importantes, leyes del mundo interior, de la misma manera que los físicos han descubierto algunas del mundo exterior, las leyes de la física.
Eminentemente práctico, el Buda no se entretenía en discusiones teóricas acerca de la existencia o inexistencia de un Dios personal, sino que ofreció una solución para el sufrimiento humano, que había nacido de su propia comprensión de la naturaleza de la realidad. Sentado bajo un árbol, el árbol del bodhi, alcanzó la iluminación, comprendió la naturaleza vacía de los fenómenos, entendió la raíz del sufrimiento y se decidió a compartir con sus semejantes lo que había descubierto.
Eminentemente práctico, el Buda no se entretenía en discusiones teóricas acerca de la existencia o inexistencia de un Dios personal, sino que ofreció una solución para el sufrimiento humano, que había nacido de su propia comprensión de la naturaleza de la realidad. Sentado bajo un árbol, el árbol del bodhi, alcanzó la iluminación, comprendió la naturaleza vacía de los fenómenos, entendió la raíz del sufrimiento y se decidió a compartir con sus semejantes lo que había descubierto.
Muchos siglos después, en Occidente, el célebre Isaac Newton, físico y matemático inglés, se esforzaba también en comprender la naturaleza del mundo, esta vez exterior. Newton obtuvo también su ‘iluminación’ cuando descansaba bajo un manzano. Una manzana le cayó en la cabeza y de ahí nació toda la mecánica Newtoniana, que explicaba no sólo la caída de las frutas sino incluso el movimiento de los planetas y las estrellas.
La mecánica de Newton, como cualquier teoría física, no era simplemente un conjunto de fórmulas matemáticas, sino que llevaba implícita una visión del mundo. El mundo físico se presentaba como algo existente en sí mismo, como una realidad exterior independiente de nosotros, con un espacio y un tiempo absolutos, donde los cuerpos evolucionaban según leyes precisas de una manera determinista. La física de Newton estaba muy impregnada de la filosofía de Aristóteles.
Pasaron algunos siglos y la física avanzó bastante, se descubrieron la electricidad, el magnetismo, el electromagnetismo de Maxwell; pero la filosofía subyacente a la física seguía siendo la misma hasta que llegó la gran revolución a principios del siglo XX. Albert Einstein, Plank, Niels Bohr, Scrödinger, Pauli, Heisenberg… aparecieron en el panorama científico y con ellos los dos pilares de la física moderna: la teoría de la Relatividad de Einstein y la física cuántica.
Ambas teorías, realmente geniales, y muy diferentes entre sí, introducían un cambio radical en nuestra visión del mundo. Por decirlo de alguna manera, nos obligaban a considerar la situación del ‘observador mismo’ como parte inseparable de la realidad física. Según la teoría de la Relatividad, no hay ahí fuera, en el exterior, algo absoluto como el tiempo, el espacio o la energía, que sea independiente del observador. La física cuántica llega aún más lejos y plantea que nada es siquiera independiente del ‘hecho mismo’ de la observación. La observación es la que crea el fenómeno, y este mismo no existe en sí, sin el hecho de su observación, viene a decir la física cuántica.
La física moderna ha acabado con la visión del mundo como un lugar poblado de realidades absolutas. No hay observadores privilegiados, dice la teoría de la Relatividad. Cada observador mide unos valores y propiedades de la realidad, que son distintos de los que mide otro observador, sin que ninguno tenga derecho a proclamar los suyos como más ciertos que los de otros. El mundo exterior físico se comporta así.
La precisión de ambas teorías, Relatividad y física cuántica, es impresionante. Explican y predicen acontecimientos con una exactitud superior a 20 cifras decimales, explican el átomo, las partículas subatómicas, la luz, los agujeros negros y la expansión del Universo. Son teorías fascinantes que nos han acercado a la comprensión de la realidad, pero asombrosamente, su filosofía subyacente ha resultado ser muy cercana al budismo.
Hace 2500 años, Sidharta Gautama enseñaba sobre la naturaleza vacía de los fenómenos, en un sentido muy semejante a la Relatividad y la física cuántica. El Buda explicaba que los fenómenos no tienen una existencia inherente, independiente. Nuestro gran error consiste en atribuirles ambas cualidades. Nuestro cuerpo físico, nuestra propia imagen, nuestra cuenta bancaria son simples fenómenos, puras apariencias a las que atribuimos significados y valores de los que carecen en sí mismas. El juego de nuestra mente, que crea el significado y luego se lo atribuye al objeto como propio, es la trampa que nos sumerge en el sufrimiento. Lo que llamamos 'yo' no es más que un fenómeno y ésa es la gran Ignorancia.
En física cuántica, las partículas no tienen un 'yo' propio. Los electrones son indistinguibles entre sí y por ello
mutuamente intercambiables. No existen, en la teoría cuántica, propiedades ocultas de un electrón que permita distinguirlo de otro en los experimentos.
En una teoría alternativa a la física cuántica, llamada física Bohmiana, sí se contempla la existencia de propiedades ocultas, pero han de ser 'globales' para que la teoría concuerde con los experimentos. Esto significa que si existieran variables ocultas serían propiedades del Universo en su conjunto, no de un electrón en particular. El electrón no tiene características 'personales' que permitan distinguirle de otros. Carece de 'yo' propio.
mutuamente intercambiables. No existen, en la teoría cuántica, propiedades ocultas de un electrón que permita distinguirlo de otro en los experimentos.En una teoría alternativa a la física cuántica, llamada física Bohmiana, sí se contempla la existencia de propiedades ocultas, pero han de ser 'globales' para que la teoría concuerde con los experimentos. Esto significa que si existieran variables ocultas serían propiedades del Universo en su conjunto, no de un electrón en particular. El electrón no tiene características 'personales' que permitan distinguirle de otros. Carece de 'yo' propio.
El Buda explicaba también la 'vacuidad' como 'interdependencia'. Todos los fenómenos están interconectados. Cualquier cosa que ocurre aquí tiene relación con lo que ocurre en el resto del Universo, y esto es lo que viene a decir la física Bohmiana: un científico terrestre desdobla una partícula de luz (fotón) en dos (fotones). Si se le ocurre medir las propiedades de uno de ellas, el simple hecho de la medición tiene efecto en el resultado que un hipotético científico extraterrestre obtendría en el futuro con el otro fotón. No importa el hecho de que sus posiciones en el espacio y el tiempo impidan la conexión 'causal'. Las medidas son interdependientes. ¿Y dónde, podríamos preguntarnos, está registrada esa interdependencia? ¿Dónde está la información de qué es lo que hace un científico y lo que hace el otro, si no hay una relación 'causal'? En el Universo, en la 'mente común', en la 'mente una' del Universo que interconecta todo, la única que en realidad está haciendo todas las mediciones aquí y en Orión. Es la mejor respuesta que se nos ocurre…
No deja de asombrar el hecho de que, mirando al mundo exterior, la física, la ciencia objetiva haya descubierto el mismo principio que otro científico, esta vez del mundo interior, Sidharta Gautama, encontró en su meditación hace 25 siglos.
Personalmente, nunca me he convertido al budismo. No me he adherido al budismo con una actitud religiosa. Más bien, me siento budista por descubrimiento. Es lo más parecido, en actitud y en pensamiento, a lo que sinceramente pienso y siento. No puedo concebir un Dios personal bueno y sabio, compatible con las observaciones experimentales del mundo y la naturaleza. El mundo es, como decía el Buda, un océano de sufrimiento, y el Budismo, es como decía Einstein la religión más compatible con la ciencia.
Mi reconocimiento y gratitud a mi Lama-Amigo, el Lama Gangchen Rimpoché. En él se reconcilian finalmente la cabeza y el corazón.
http://www.sondepaz.com
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Eduardo González-Granda
dirige el Centro de Yoga Maitreya. http://yoga.mejor.es
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