El espejismo de la ciencia es una obra de verdad muy interesante y amena , que propone que la creencia en que la ciencia ya comprende casi toda la naturaleza de la realidad es una simple ilusión. La ciencia cree que las preguntas fundamentales habrían sido ya respondidas y sólo quedarían los detalles por completar. En este apasionante libro, el doctor Rupert Sheldrake, uno de los científicos más innovadores del mundo, muestra que la ciencia está oprimida por supuestos que se han consolidado como dogmas. La “perpectiva científica” se ha convertido en un sistema de falsas creencias:
- toda realidad es material o física;
- el mundo es una máquina constituida por materia muerta;
- la naturaleza carece de propósito;
- la conciencia no es sino la actividad física del cerebro;
- el libre albedrío es una ilusión;
- Dios existe sólo como una idea en las mentes humanas.
Sheldrake examina científicamente estos dogmas y muestra, de forma tan amena como convincente, que la ciencia estaría mejor sin ellos: sería más libre, más interesante y más divertida. Y está hoy, muy lejos de poder siquiera aproximarse a la Realidad.
El bioquímico Rupert Sheldrake, un científico de prestigio en su campo, es autor de varios libros en los cuales presenta su visión de la ciencia, que considera algo anquilosada y que necesita renovarse. En este, “El espejismo de la ciencia”, ahonda en ello, poniendo de manifiesto que, al contrario de lo que mucha gente cree, la ciencia está lejos de saberlo casi todo de la naturaleza. De hecho, esto, que se ha convertido en dogma, es sólo una entre muchas otras creencias incorrectas relacionadas con la perspectiva científica de lo que nos rodea.
El autor abre su libro con una exposición de las 10 creencias principales, que al parecer los científicos deben aceptar sin cuestionarse, como que las leyes de la naturaleza son fijas, que la medicina mecanicista es la única que funciona, que los recuerdos se borran con la muerte, etc. Tras esta introducción, los siguientes capítulos del libro están dedicados a examinar cada una de estas creencias y a mostrar el punto de vista de Sheldrake, que en la mayoría de los casos apunta hacia su falsedad o hacia una cierta matización, y su apuesta por una nueva visión de cada concepto, menos mecanicista, más espiritual. Todo ello respaldado con una nutridísima bibliografía y muchas notas aclaratorias.
Considerando que el materialismo que ha impulsado las ciencias desde el siglo XIX se encuentra ya desfasado, y que la teórica objetividad empleada es sólo una ilusión, Sheldrake propone que la ciencia con mayúsculas debe renovarse por completo, aceptando su globalización manifiesta (en el pasado, fue Europa la cuna del progreso, lo que vició su desarrollo) y la entrada de nuevas corrientes de opinión y comportamiento. Se trataría de evitar la visión reduccionista de que al final todo podrá explicarse desde la física, dando paso a muchas otras ciencias que aporten su perspectiva, y no una sola.
Si esto se lleva a cabo, los científicos del futuro serán distintos a los del pasado y a los actuales, permitiendo un mayor debate entre representantes de esas distintas ciencias y huyendo de una visión única y absoluta. Quizá ello permita una mayor participación pública en la ciencia y el final de su consideración como algo fuera del alcance del ciudadano normal, que así podrá decidir si quiere contribuir, con su esfuerzo económico, a su avance y progreso más rápidos. Con una ciencia más divertida y accesible, todos saldríamos ganando.
En esencia, Sheldrake forma parte del grupo de científicos que creen que la ciencia debe contener más filosofía, y que debe tender puentes de contacto con las religiones, aunque éstas contradigan esos dogmas que parecían inmutables.
Polémicas aparte, vale la pena seguir las propuestas de Sheldrake, que son un soplo de aire fresco para acercar la ciencia a la gente, por muy en desacuerdo que podamos estar sobre ellas.
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