9 de septiembre de 2014

El futuro del trabajo ante el avance tecnológico


¿Qué podemos esperar del mundo laboral en las próximas décadas? Si nos basamos en las conclusiones que arroja un estudio reciente a cargo de Carl Benedikt y Michael A. Osborne (2013), investigadores de la universidad de Oxford, en el que se evalúa el impacto que podrían tener en los próximos años los avances tecnológicos más recientes – en especial, los asociados al campo de la robótica – en la automatización de múltiples procesos productivos y de servicios que hasta ahora requerían de la intervención humana, el futuro no sería precisamente halagüeño. Y es que después de analizar estadísticamente sobre una base de big data 702 ocupaciones relacionadas con diversos sectores que serían susceptibles de devenir objeto de informatización, estos investigadores concluyen que aquellas ocupaciones ligadas al transporte y logística, pero sobre todo las relacionadas con el trabajo administrativo y de oficina, serían las más afectadas en términos de destrucción de empleo. Visto, por ejemplo, desde la perspectiva de la estructura ocupacional de los USA, esto supondría que el 47% de los puestos de trabajo, según estos autores, serían prescindibles en las dos próximas décadas a la luz del presente grado de desarrollo tecnológico.

Lo cierto es que los temores sobre el impacto de la tecnología en el empleo no son precisamente nuevos. El “ludismo” de principios del siglo XIX dio una

buena prueba del rechazo del trabajador hacia la intromisión de las máquinas en las tareas de producción. Karl Marx sin ir más lejos, desde el plano de las ideas, ofrece una explicación de los efectos aparejados a este fenómeno en el volumen 3 de su obra “El Capital”, en lo que se ha dado en conocer como la “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”. Según ésta, si es el esfuerzo invertido por el trabajador en la producción de una mercancía es lo que confiere valor a ésta – el trabajo como origen del “valor” -, a mayor mecanización del proceso productivo, menor necesidad de mano de obra, y por tanto, menor valor depositado en la mercancía. No hace falta subrayar que para el capitalista, más preocupado en la acumulación de beneficio que en las implicaciones de la mecanización en las relaciones laborales, esta cuestión no dejaría de ser algo “secundario”.

Sin embargo, si bien el desarrollo histórico posterior no parece precisamente haber desmentido este hecho, sí que parece haber relativizado la importancia de la mecanización en términos de empleabilidad – aunque no, precisamente, por un efecto de “marcha atrás” en el que el sistema capitalista, enfrentado a una deriva indeseada, decidiera retroceder y reconciliar al obrero con su puesto de trabajo. Sí saltamos hasta nuestros días, nos encontramos con autores como Carnoy que, después de analizar el impacto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en relación al empleo, afirman no hallar una correlación entre la difusión de las primeras y los índices de creación o destrucción del segundo (2000: 56). Según Carnoy, lo que se puede deducir de los datos de la OCDE durante la década pasada es, más allá de la constatación de la importancia del conocimiento y su gestión como piedra angular de la nueva economía en la línea esgrimida por otros autores como Castells (2000), un cambio en la estructura ocupacional en virtud de la cual la aparición de nuevos perfiles profesionales de cualificación media o alta, dependientes del uso de las nuevas tecnologías, compensarían la pérdida de empleos resultado de la incorporación de los avances tecnológicos a los procesos productivos. Es decir, que podría decirse, reinterpretando aquel principio de la termodinámica de forma un tanto sui generis, que “el trabajo ni se crea, ni se destruye, sino que únicamente se transforma”. Y en esta transformación la incorporación de una nueva tecnología es únicamente un factor que, a fin de sortear una posición que prime de forma determinista lo tecnológico, debería combinarse con otros como la función de las políticas públicas, las instituciones que regulan el mercado laboral, las políticas de empresa o el mismo uso que se dé a la tecnología según el caso.

El sociólogo Richard Sennett, más alienado seguramente con las tesis de Benedikt y Osborne, ofrece su propia versión sobre la problemática en la que el avance de la automatización se inscribiría en un movimiento de corte más amplio relacionado con los cambios institucionales de la empresa capitalista del informacionalismo. Aportando datos cuantitativos, pero sobre todo desde una perspectiva historicista, sitúa la automatización junto al cortoplacismo demostrado por parte del sector financiero en la búsqueda desbocada de acumulación de capital y el trasvase creciente de poder en la toma de decisiones dentro de la gran empresa de los cuadros directivos al accionariado, como verdaderos vectores explicativos de la transición de la empresa organizada en torno al modelo burocrático del primer capitalismo descrito por Weber, al de gestión “flexible” de la corporación de estas últimas décadas. Sin embargo, en términos de empleo y de lo que podemos esperar de éste los próximos años, hay un aspecto importante en el que tanto Sennett como Beneditk y Osborne vienen a coincidir, y que explicaría la naturaleza de los cambios actuales más allá de constatar un reajuste en la estructura ocupacional, marcando una discontinuidad respecto de los dos siglos anteriores en lo que concierne a la relación entre cualificación, empleo y cambio tecnológico; si durante el s.XIX las tecnologías de la manufactura sustituyeron el trabajo cualificado a base de simplificación de las tareas manuales, y el s.XX tiene en la irrupción de las tecnología de la información un factor determinante en la desaparición de empleos de remuneración media, ahora serían los puestos de trabajo de baja cualificación los que se convertirían en blanco del avance tecnológico. O dicho de otro modo, serían ahora los segmentos de la fuerza de trabajo que desempeñan trabajos peor remunerados y cuyas tareas pueden ser asumidas por la robotización los que resultarían prescindibles. Como advierte Sennett, “hoy en día, crear puestos de trabajo para todos equivale a desafiar o ignorar el actual poder de la tecnología” (2004: 43)

Llegados a este punto, la cuestión aquí no sería sólo evidenciar, con Bourdieu (2000: 23), la condena a la precarización institucionalizada de amplios de un segmento importante de la fuerza de trabajo, en particular de aquellos de posición social más desfavorecida, en el contexto de una economía dualista que sanciona la distribución desigual de capital cultural entre los trabajadores en favor de aquellos que poseen habilidades y conocimientos técnicos de perfil intelectual superior, relegando en consecuencia al resto a la precarización y la inseguridad perpetua, sino sobre todo cómo, de asumir con Carnoy que la fuerza de trabajo suprimida tendrá acomodo en otros sectores y nichos de empleo, cuáles serán esos perfiles profesionales en los que las capacidades e inteligencia humana aún sean irreemplazables, al menos en las próximas dos o tres décadas, destinos laborales que en cualquier caso no parecen a priori no reservados al trabajador poco formado que ocupa la parte baja de la estructura ocupacional. Es decir, no hablamos ya de encontrar nuevos mecanismos de socialización al estilo de los del siglo pasado en base a una cultura de empresa articulada en torno a valores como la fidelidad, estabilidad y la gratificación diferida. Ni incluso, puestos a rebajar el nivel de exigencia, de la calidad y condiciones laborales en las condiciones actuales. Quizá el debate en el que acabemos instalados más pronto que tarde sea ya el de la mera existencia del trabajo como tal. Existe pues el riesgo, como Sennett apunta, de exclusión social acentuada, de ahí que la propuesta actuales como la del establecimiento de una Renta Básica Universal deje de ser una utopía a corto plazo junto a modelos, por ejemplo, como el de la “flexi-seguridad” danés, que apuesten por minimizar los efectos negativos asociados a los imperativos de la flexibilidad productiva y organizativa a base de un modelo de relaciones laborales de protección social del trabajador de base estatal. De no serlo, quizá estén por venir tiempos atravesados por tensiones sociales y alta conflictividad que no hagan otra cosa que evidenciar el fin del contrato social fundado sobre la base del pacto entre capital y trabajo construído a mediados del siglo pasado.



Bibliografía:

Benedikt, C.; Osborne, M. (2013). “The future of employment: How susceptible are jobs to computerisation?”. Oxford Martin School. Programme on the Impacts of Future Technology, University of Oxford. United Kingdom

Bourdieu, P. (2000). El sociólogo y las transformaciones recientes de la economía en la sociedad, Buenos Aires: Libros del Rojas/Universidad de Buenos Aires.

Carnoy, M. (2007). El trabajo flexible en la era de Información. Madrid: Alianza Ed.

Castells, M. (2000). La Galaxia Internet. Barcelona: Areté, 2001

Marx, K.; Friedrich E. (1993 [1909]). El Capital: Una crítica de Economía Política, Vol. 3. México: Siglo XXI

Sennett, R. (2004). La cultura del nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama.


http://ssociologos.com/2014/09/02/el-futuro-del-trabajo-ante-el-avance-tecnologico/

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