30 de septiembre de 2014

MATERIALISMO Y CIENCIA, ¿EN SERIO?


Escribía Jung en un ensayo titulado “Archaic Man” que el hombre civilizado tiende a considerar al hombre indígena como un ser inferior en todos sus aspectos, incluido el psicológico. Sin embargo, mantenía el suizo, la psique del hombre moderno es arcaica en sus niveles más profundos, y el desprecio por los misterios del inconsciente no hace sino agravar su situación.

El pensamiento mágico característico de las comunidades indígenas es el punto de partida para establecer la superioridad de la civilización, asociada al pensamiento racional. Frente a éste, se considera al pensamiento mágico un estado “prelógico”. Pero este presupuesto sólo es posible si se considera que la civilización moderna carece de ideología y que su pensamiento es natural, universal, es decir, carente de presuposiciones y convenciones culturales; éstas conforman aspectos adquiridos, artificiales y por tanto inferiores en cuanto a capacidad de verdad, que desde nuestra “naturalidad” y neutralidad racional se atribuyen al resto de grupos humanos, tanto en nuestro espacio común como en el tiempo de la historia.

La única diferencia entre el pensamiento de nuestra civilización y el de las comunidades indígenas, afirma Jung, está en las creencias de base, es decir en la ideología que se da por obvia. Un individuo que crea en poderes

extrasensoriales ejerce un proceso lógico, como otro cuya ideología sea materialista; sencillamente, cada uno tiene puntos de vista diferentes sobre la realidad y, por tanto, de lo que son las causas y los efectos. Cada uno tiene diferentes explicaciones para una misma realidad, pero la calidad del proceso lógico es la misma.

Es una presuposición racional que todo tiene una causa sensible. Esto se da por hecho y se afirma indiscutible. La idea de lo invisible y arbitrario no tiene cabida en las presuposiciones de los dos últimos siglos. El universo ha de ser ordenado a imagen y semejanza del raciocinio occidental. Lo cual no deja de ser un recurso de supervivencia como cualquier otro: un mundo obediente a los criterios humanos, dócil y bajo control quita mucho estrés.

El azar es un aspecto irritante y, dice Jung, nos recuerda demasiado a las supersticiones ya superadas pero aún muy cercanas en el tiempo de la historia, cuando las fuerzas del universo estaban dirigidas por algún dios caprichoso. El pensamiento mágico otorga intención al Cosmos, lo cual se antoja demasiado ingenuo para el desarrollo de la mente occidental; sin embargo, la antropología nos explica que los orígenes de estas intenciones están muy bien pensados. Tanto como piensa sus orígenes el pensamiento racional: ambos observan el medio ambiente, asocian fenómenos entre sí en el espacio y en el tiempo y extraen sus propias conclusiones de la experiencia; una experiencia que les permite sobrevivir en su ecosistema particular.

En realidad, explica Jung, la intencionalidad atribuida al medio es resultado del nivel de proyección de lo inconsciente. Es una cuestión de aprendizaje de la conciencia el mirar hacia dentro y profundizar en sí misma. Mientras un pueblo “primitivo” equilibra su falta de individuación mediante rituales con los que se canalizan las fuerzas inconscientes no reconocidas como propias, los occidentales se sumergen en la neurosis colectiva al negar la proyección que permite ese correcto flujo mientras no es asimilado como algo interno; la supresión de las religiones sólo tiene sentido si conlleva el reconocimiento de las fuerzas inconscientes como parte del individuo y su correcta interrelación y control, algo que están lejos de conseguir las mentes del siglo.

Ninguna cultura tiende a considerar que su lógica es inferior a la de otras culturas; tal y como un occidental se ríe de un indígena, el indígena se ríe del occidental y ambos se consideran uno a otro ingenuo e ignorante de la naturaleza. Pero ambos se mueven en el nivel de las historias y los mitos de su cultura particular. La estructura psíquica que los soporta es la misma para ambos. ¿Puede ser una historia mejor que otra?

Si el hombre moderno renegó hace apenas siglo y medio de lo que Kant estableciera como noúmeno, no es por haber demostrado su inexistencia, sino porque ha considerado que no lo necesitaba. El materialismo, como mito presente, y su asociación con el pensamiento científico es un capricho del siglo XIX, una necesidad histórica determinada por las circunstancias, como todo en la vida.

Hay una afirmación considerada obvia en el pensamiento occidental: la realidad física es, se da por hecho. Si lo físico es, no necesita explicación. Pero hay algo peor: lo físico se asocia arbitrariamente a la materia; y, si la materia es la causa última, no tiene sentido buscar más allá. Ahora bien, ¿por qué es obvio que la materia existe? Sencillamente, porque los conceptos están vacíos, que diría Noam Chomsky.

En términos estrictos, es cierto que se puede afirmar que todo es materia, pues todo lo considerado sobrenatural se termina convirtiendo en natural y parte del mundo sensible una vez que se supera el zeitgeist correspondiente y se amplían las miras. El significado de materia no es hoy el mismo que hace cien años, y mucho menos que el que se le atribuía hace dos siglos; la ciencia de hoy puede afirmar que la materia carece de sustancia, o, para ser más precisos, exige que se reinterprete lo que se entiende por sustancia, lo cual era pura magia para la ciencia de ayer –y la más reaccionaria de hoy, ciertamente—.

Lo mismo ocurre con la arbitrariedad. Asociada ayer a la ignorancia, hoy apunta a ser una cualidad inherente a la realidad que habitamos. Las causas y los efectos clásicos se desvanecen y lo invisible se muestra no sólo como realidad, sino como origen y contenedor de una pequeña parte sensible.

La cultura occidental ha sobrevivido más de dos mil años con un sistema lógico que dio por verdadero. El siglo XX descubrió que la lógica sobre la que se sustentaba su civilización era insuficiente para comprender qué es la realidad. Diferentes lógicas se hicieron posibles; el pensamiento perfecto ya no equivalía a la lógica nacida con Aristóteles y redondeada por el siglo XIX, sino que había diferentes formas de procesar la información y cada una se adaptaba a unas necesidades concretas; la lógica booleana sirve para devastar el planeta, pero no para entender los fundamentos de la realidad que hace existir a ese planeta.

Y, con todo, a día de hoy es práctica común exigir a quien habla de ciencia adscribirse al materialismo si quiere medrar como ciudadano de pro. Son cosas de los tiempos en que los humanos dormitan en lo superficial y confunden lo epistemológico con lo ontológico. Así, una ciencia que tolera una filosofía ajena al materialismo y que no se sujeta a la lógica es “pseudociencia”, tal y como establece y sella a sangre y fuego Mario Bunge, el filósofo de la ciencia más respetado por los tiempos que corren.

Pero, ¿qué lógica? Pues todo pensamiento es un proceso lógico por definición; incluso el pensamiento mágico, por el simple hecho de ser pensado, es lógico de necesidad. No existen estados “prelógicos”, sólo lógicas diferentes aplicables a diferentes aspectos, necesidades y/o intereses en relación a la forma que adopta la realidad para cada civilización. ¿Lógica formal como sustento necesario del pensamiento científico? No es de extrañar que la física cuántica se convierta en un atolladero si se insiste en reducir el pensamiento científico a los más básicos algoritmos.

¿Qué materialismo? ¿Cómo ser materialista sin haber definido la materia? ¿Cómo definir la materia si se desvanece entre los aparatos conforme el escrupuloso y necesario –que conste en acta la afirmación “necesario”— método científico se acerca a las esencias de lo real? Allí, donde materia e idea parecieran tener una “sustancia” común a ambas. Todos serán materialistas. Porque todos serán idealistas.

Cuando se pretende que un dogma ontológico se considere asociado como algo natural, no caprichoso, al concepto de ciencia, libre por definición de tales reducciones, entonces, el mapa se confunde con el territorio. En realidad, ya no se explica nada, sólo hay un manual de instrucciones en el que se describen los pasos para manipular un objeto de una determinada manera, en este caso la naturaleza.

Pero ello no excluye que existan otras maneras de manipular el objeto, ni de que existan otros modos de uso; la herramienta es herramienta porque se emplea con un propósito, no porque el propósito sea inherente a la herramienta.

Pero, para entenderlo, quizás habría que profundizar un poco más en los conceptos.



http://www.erraticario.com/filosofia/materialismo-y-ciencia-en-serio/

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