Y de pronto recuerdas: ¡esto también es la vida! Por alguna razón, pones
atención a tu experiencia presente, la abrazas en la misma forma en que una madre abraza a su bebé recién nacido. Te enfocas en lo que tienes, no en lo que has perdido; en lo que ves, no en lo que posiblemente nunca volverás a ver. Tu soledad es sagrada, recuerdas, tus dudas no son nada menos que sagradas, la brisa de la tarde en tus mejillas es una caricia, un beso, no un obstáculo para tu futuro imaginario. Está bien sentirte como te sientes. Está bien sentirte un poquito maltratado por la vida. Está bien tocar las profundidades de ti mismo. Está bien olvidarte, y recordar, recordar y olvidar. Todos los momentos están acogidos en la inmensidad, como el suelo acoge a los árboles, como el cielo acoge al planeta, como una casa acoge a la familia, como la historia de tu vida es acogida en la prístina Presencia de esta noche de todas las noches. Incluso tu desconexión está jodidamente conectada. Se siente una especie de humildad al no haber nunca sido capaz de llegar a ninguna conclusión, algo que nos conmueve ante nuestra cruda vulnerabilidad en esta noche, y la forma en como todo nos importa, nuestra sensibilidad a incluso el más sutil movimiento de la consciencia, nuestro corazón que no puede ya cerrarse.
Juras jamás perder tu amor por estas tardes. Te han regalado tanto.
La presencia no es un destino, amigo, es el suelo mismo.
Eres salvaje ahora, sin nada que te ate.
- Jeff Foster
(Imagen: Bristol Fall, by Leonid Afremov)
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