3 de febrero de 2015

El mal también existe: ponerología política


Puede que uno de nuestros mayores errores como humanos sea creer que la gente sólo exhibe problemas de comportamiento cuando siente algún tipo de inquietud o ansiedad internas que la hace actuar de una forma “anormal”. Ya se sabe, aquello de “qué mosca le habrá picado” o “es un amargado/es una amargada…” frente a los comportamientos agresivos.

Puede que otro gran error sea querer racionalizar tales actitudes y pensar que la gente sólo ataca cuando ha sido previamente agredida de alguna forma, y que nos preguntemos qué es lo que ha podido molestar tanto a una persona para que actúe de una manera tan hostil contra los demás. Incluso llegamos a pensar que quizás sea culpa nuestra por haber dicho o hecho algo que ha provocado ese comportamiento.

Puede que, por todo ello, lo más complicado sea aceptar que alguien nos está atacando sin motivo alguno, o “conspirando” contra nosotros con absoluta frialdad. Antes acudiríamos a las justificaciones previamente citadas y pensaríamos en las formas de “humanizar” la situación.

Difícilmente pensaríamos que simplemente se trata de su estrategia para obtener algo, salirse con la suya o tomar el mando.

Al menos así lo creen algunos investigadores de la mente humana. No sólo

nos cuesta por lo general reconocer la manera en que la gente nos puede agredir, sino que también tenemos dificultades para discernir el carácter altamente agresivo de algunas personas. En lugar de entender que se trata de un combate por su parte, interpretamos su posición como la de alguien que sufre de algún modo, una “víctima” de algo o alguien externo y no un “verdugo”.

Antes de continuar, sería bueno remitirse a un artículo previo para entender qué son los “psicópatas” y de qué forma están presentes en la sociedad afectando la vida de cada cual, desde el entorno familiar hasta el laboral, pasando por todos los actos de interrelación social en que nos vemos envueltos.

Después de eso, es más fácil entrar en materia. “Ponerología” es el nombre dado por el psiquiatra polaco Andrew Łobaczewski al estudio del mal en la sociedad. Esta disciplina hace uso de la psicología, la psicopatología, la sociología, la filosofía y la historia para explicar fenómenos como la guerra de agresión, la limpieza étnica, el genocidio y los estados policiales.

La investigación original fue realizada por psicólogos y psiquiatras de Polonia, Checoslovaquia y Hungría, donde la publicación del trabajo fue imposible debido al sistema comunista impuesto. Años más tarde de su conclusión, en 1984 Lobaczewsky intentó publicarlo en Estados Unidos, pero, según cuenta, por presiones del todopoderoso Zbigniew Brzezinski no encontraría editor hasta 1998.

El libro se titula Ponerología política, y aunque los estudios se realizaron en el marco de referencia de estados policiales y de terror basados en la violencia psíquica y física, donde se contemplaban supuestos de represión e incluso limpieza étnica, una lectura más abierta permite reconocer unas pautas comunes a la sociedad “libre” actual.

No en vano, el sistema competitivo actual premia los comportamientos psicopáticos, donde quien menos escrúpulos alberga más lejos llega, gracias a una escala de valores regida por el beneficio económico a toda costa, donde se han asumido como perfectamente normales, incluso “inteligentes”, las estrategias de gasto y beneficio basadas en resultados personales inmediatos, sin ningún tipo de consideración por las reacciones emocionales que estas tengan en los demás.

Lobaczewsky se pone en la piel de un psicópata para hacernos entender cuán diferente es su visión de la vida, cómo se da cuenta de las diferencias entre su forma de pensar y la de los demás, de cómo su incapacidad para asumir valoraciones morales implica un rechazo social pero, al mismo tiempo, supone una ventaja a la hora de lograr sus propósitos:

Los psicópatas son conscientes de que son diferentes a medida que obtienen su experiencia de vida y que se familiarizan con las distintas maneras de luchar por sus objetivos. Su mundo está dividido para siempre en “nosotros y ellos” – su mundo con sus propias leyes y costumbres y ese otro mundo extraño lleno de ideas descaradas y de costumbres a la luz de las cuales ellos son condenados moralmente.

Su “sentido del honor” los invita a engañar y a injuriar a ese otro mundo humano y a sus valores. En contradicción con las costumbres de la gente normal, ellos sienten que la falta de cumplimiento de sus promesas y obligaciones es un comportamiento habitual.

También aprenden cómo sus personalidades pueden llegar a tener efectos traumatizantes en las personalidades de esa gente normal, y cómo sacar ventaja de esta raíz del terror con el propósito de alcanzar sus objetivos.

Esta dicotomía es permanente y no desaparece ni siquiera si ellos logran hacer realidad sus sueños de ganar el poder por encima la sociedad de gente normal. Esto demuestra que la separación está condicionada biológicamente.

En ésta gente un sueño emerge como una cierta Utopía juvenil de un mundo “feliz” y de un sistema social que no los rechazaría ni los forzaría a someterse a las leyes y costumbres cuyo significado les es incomprensible. Sueñan con un mundo en el cual su manera simple y radical de experimentar y percibir la realidad [es decir, mintiendo, engañando, destruyendo, usando a otros, etc.] dominaría, en donde se les aseguraría, por supuesto, la seguridad y la prosperidad. Esos “otros” – diferentes pero también más capacitados técnicamente – deberían ser puestos a trabajar para lograr este objetivo.


El éxito de un psicópata está, no sólo en el sometimiento de los demás, sino en la creación de un entorno favorable que se identifique con sus propósitos. Lobaczewsky analiza diferentes patologías que se complementan con la figura del psicópata:


También nos encontramos con individuos difíciles con una tendencia a comportarse de una manera hiriente para los demás, en quienes los análisis no indican ningún daño existente en el tejido cerebral y en quienes no se encuentra ningún indicio de un contexto anormal durante la crianza. El hecho de que dichos casos se repiten dentro de las familias podría sugerir un sustrato hereditario.

[…]

Dicha gente también intenta enmascarar su mundo diferente de experiencias y asumir en diferentes grados el papel de gente normal… Estas personas participan en la génesis del mal de maneras muy distintas, ya sea formando parte de él públicamente o en menor medida, una vez que han logrado adaptarse a la forma de vida adecuada. Estas psicopatías y fenómenos relacionados pueden, hablando cuantitativamente, ser estimadas en dos o tres veces más que el número de casos de psicopatía de base.


Los grupos formados por este tipo de individuos suelen sufrir el rechazo social de una mayoría sana. El problema es cuando consiguen integrarse en asociaciones de alto alcance social y sus propósitos logran ser aceptados bajo el disfraz de ideologías que esconden el mal subyacente:


Llamaremos por el nombre de “asociación ponerogénica” a cualquier grupo de gente que se caracterice por procesos ponerógenos de una intensidad social por encima de la media, en donde los portadores de varios factores patológicos cumplen la función de inspiradores, hipnotizadores y líderes, y en donde se genera una verdadera estructura social patológica. Asociaciones más pequeñas, menos permanentes serán llamadas “grupos” o “uniones.” Dicho tipo de asociación provoca el mal que hiere a la otra gente así como a sus propios miembros.

Podríamos realizar una lista de los diversos nombres adjudicados a tales organizaciones por la tradición lingüística: gangs, pandillas criminales, mafias, grupos políticos, clanes, quienes evitan ingeniosamente el choque con la ley mientras buscan sacar sus propias ventajas. Tales uniones aspiran con frecuencia al poder político con el propósito de imponer su legislación oportuna sobre la sociedad, en nombre de una ideología adecuadamente preparada, derivando ventajas bajo la forma de prosperidad y satisfacción desproporcionada en sus ansias de poder.

[…]

Cuando un proceso ponerogénico comprende a toda la clase gobernante de una sociedad o nación, o cuando se reprime la oposición de gente normal – como resultado del carácter masivo del fenómeno, o a través del uso de medios hipnotizantes y de la compulsión física – estamos tratando ya con un fenómeno ponerogénico macro-social.


En estas circunstancias, comprenderemos a continuación por qué tantos altos cargos, ya sean del sector público como del privado, suelen ser considerados por la mayoría unos incompetentes:


La patocracia en la cima de la organización gubernamental tampoco constituye el marco entero del “fenómeno maduro.” Un sistema de gobierno así no tiene adónde ir más que hacia abajo.

Cualquier posición de liderazgo – hasta la del alcalde de un pueblo y los gerentes de una cooperativa comunitaria, sin mencionar a los directores de unidades policiales, ni a personal policial de servicios especiales, ni a activistas en el partido patocrático – debe ser ocupada por individuos cuyo sentimiento de unión con tal régimen está condicionado por las deformaciones psicológicas correspondientes, que de costumbre se heredan. Con todo, dichas personas se vuelven muy valiosas porque constituyen un pequeño porcentaje de la población. No se puede tener en cuenta su nivel intelectual ni sus aptitudes profesionales, ya que gente que represente capacidades superiores y que además cumpla con el requisito de las deformaciones psicológicas es difícil de encontrar. Después de que un sistema así ha durado ya varios años, un cien por cien de todos los casos de psicopatía de base se ven involucrados en una actividad patocrática.


Al ser siempre una minoría, el control del poder pasa por una “correcta” distribución de los cargos y de la supresión de aquellos sectores molestos. En una especie de selección natural, los puestos más relevantes son ocupados por casos de psicopatía de base, seguidos de otros con anomalías similares y de personas “normales” que han sucumbido al “adoctrinamiento activo y extensivo, con una ideología adecuadamente restaurada que constituye el vehículo del caballo de Troya para el proceso de patologización del pensamiento de individuos y de la sociedad”.

En el resto de la población, la exposición a un ambiente subordinado a las directrices psicopáticas obliga a una lucha por la supervivencia con consecuencias poco sanas:


Subordinar a una persona normal a psicópatas tiene un efecto deformante sobre la personalidad, engendrando trauma y neurosis.

[…]

Algo misterioso roe dentro de la personalidad de un individuo a la merced del psicópata, y lucha como un demonio. Sus emociones se congelan, se reprime su sentido de la realidad psicológica. Esto conduce a la falta de criterios de pensamiento y a una sensación de impotencia que culmina en reacciones depresivas, las cuales pueden ser tan graves que a veces los psiquiatras cometen errores en el diagnóstico y las clasifican como psicosis de un tipo maníaco-depresivo. Mucha gente también se revela mucho antes y comienza a intentar buscar alguna salida para liberarse de tal influencia.

[…]

La mente humana funciona más despacio y con menos vivacidad, dado que los mecanismos asociativos se han vuelto ineficaces. Sobre todo cuando una persona está en contacto directo con representantes directos del nuevo gobierno, que usan su experiencia específica para poder traumatizar las mentes de los “otros” con sus propias personalidades, su mente sucumbe a un estado de catatonia a corto plazo. Las técnicas humillantes y arrogantes de esos representantes, sus paramoralizaciones brutales, entorpecen los procesos de pensamiento y las capacidades de autodefensa de la persona normal, y los métodos de experiencia divergentes que esto sujetos utilizan se fijan en su mente.


¿Será por eso que los tratamientos psicológicos han prosperado y evolucionado como parte inherente al actual sistema socioeconómico que tanto nos gusta?


A pesar de su resistencia, la gente se acostumbra a los hábitos rígidos de pensamiento y experiencia patológicos. Como resultado, en la gente joven la personalidad sufre un desarrollo anormal que conduce a una malformación. De este modo presentan factores patológicos ponerogénicos los cuales, a través de su actividad oculta, engendran fácilmente nuevas fases en la eterna génesis del mal, abriéndole las puertas a una activación posterior de otros factores que luego se apoderan del rol principal.

[…]

junto con una manera irrealista de pensar, en la que los eslóganes pasan a dominar el poder de los argumentos y en la que los datos reales son sujetos a una selección subconsciente.




En otras palabras, en un mundo de psicópatas, aquellas personas que no lo son terminan por ser inducidas a comportarse como psicópatas para sobrevivir. Si aplicamos este discurso al puramente económico y empresarial, verdadero eje central del sistema en que vivimos actualmente, esa “manera irrealista de pensar” y sus hábitos consecuentes son los que generaciones y generaciones han asimilado gracias a los medios de comunicación de masas desde hace la friolera de siete décadas, ni más ni menos.

Dicho esto, podremos imaginar lo que ha venido ocurriendo en el mundo en general, y en Occidente en particular, desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy:


Usemos pues el término “fase de disimulación de la patocracia” para describir el estado de la situación dentro del cual un sistema patocrático aún más capaz toma el rol de un sistema sociopolítico normal. En este estado de cosas, la gente se vuelve resistente y se adapta a la situación dentro del país que se ve afectado por este fenómeno; desde fuera, sin embargo, esta fase está marcada por una actividad ponerogénica notable. El material patológico de este sistema se infiltra bastante fácilmente dentro de otras sociedades, sobre todo si son más primitivas, y todas las avenidas de la expansión patocrática se ven facilitadas gracias a la disminución de la crítica con sentido común por parte de las naciones que constituyen el territorio de expansionismo.

[…]

En tal situación, mucha gente se ve forzada a adaptarse, aceptando el sistema de gobierno como un status quo pero también criticándolo. Cumplen con su deber en medio de dudas y conflictos de consciencia, buscando siempre una salida más razonable, sobre la cual se discute dentro de círculos de confianza.


Y ahora, algo francamente revelador:

Esta clase privilegiada se siente permanentemente amenazada por los “otros”, es decir, por la mayoría compuesta por gente normal. Los psicópatas tampoco alimentan ilusiones acerca de su destino personal en el caso de que llegase a haber un retorno al sistema del hombre normal.

Una persona normal que se ve privada de privilegio o de un cargo elevado se las arregla realizando algún tipo de trabajo que le permita ganarse la vida; pero los patócratas nunca poseyeron ningún talento práctico, y el lapso de tiempo de su mandato ha eliminado todo tipo de posibilidades residuales de adaptarse a las exigencias del trabajo normal. Si la ley del hombre normal fuera restablecida, ellos y sus semejantes estarían sujetos a juicio, incluyendo el sometimiento a una interpretación moralizante de sus deformaciones psicológicas; estarían amenazados por la pérdida de su libertad y vida, y no solamente la de un cargo o privilegio. Ya que son incapaces de tal sacrificio, la supervivencia de un sistema mejor para ellos se convierte en una idea moral. Se debe luchar contra tal amenaza sirviéndose del ingenio psicológico y político y de la falta de escrúpulos para con esa otra gente de “calidad inferior.”

Por lo general, esta nueva clase está en posición de purgar a sus líderes si su comportamiento estuviera poniendo en peligro la existencia de tal sistema. … La patocracia sobrevive gracias al sentimiento de estar siendo amenazada por la sociedad de gente normal, así como por otros países en donde persisten diversas formas del sistema del hombre normal. Para los gobernantes, entonces, el permanecer o no en la cima es el problema clásico de “ser o no ser”.

[…]

Por lo tanto, la destrucción biológica, psicológica, moral y económica de esta mayoría de gente normal es una necesidad “biológica” de los patócratas.


Quienes gustan del tema verán aquí toda una justificación psiquiátrica para avalar la realidad de las conspiraciones como transfondo de la actual situación del mundo en general, y de Europa en particular. En todo caso, resulta tentador acordarse de cierto incidente con unos edificios muy altos al leer lo siguiente:


Cuando uno considera el comenzar de una guerra contra un país patocrático, debe entonces tomar primeramente en consideración el hecho de que uno puede ser utilizado como verdugo de la gente común cuyo poder creciente representa un peligro incipiente para la patocracia. Después de todo, los patócratas le dan muy poca importancia a la sangre y al sufrimiento de la gente que no consideran como semejante.

La dificultad que ve Lobaczewsky es que la sociedad ha sido educada para ignorar la existencia del mal y el verdadero poder los psicópatas. Mientras no se aborde el asunto del poder desde esta perspectiva, la mayoría seguirá bailando al son de una minoría enferma que ha logrado contagiar al mundo.

Así, mientras se discute de estrategias económicas y se toma partido por una de diferentes ideologías políticas, el problema real sigue ajeno al conocimiento de todos: que el mal existe. Algo poco apreciado en un mundo donde se ha impuesto el pensamiento hedonista y la ignorancia voluntaria de todo aquello que incomoda.

El autor polaco concluye que ese reconocimiento y comprensión del mal, de su origen y desarrollo, sobre todo desde una perspectiva objetiva y científica, es un primer paso indispensable para erradicar el problema. Las últimas páginas están dedicadas a la actitud compasiva que una sociedad sana debería tener hacia los psicópatas y al tema del perdón.

Pero esa es una historia para niveles avanzados. Esta sociedad aún tiene que aprobar el primer curso…






http://www.erraticario.com/el-mal-tambien-existe-ponerologia-politica/?singlepage=1

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