Lo único que hay, cuando uno está completamente absorto viendo una película, es lo que está ocurriendo. Y uno ríe o llora según el despliegue de las imágenes de la película. No se olvida de sí mismo y acaba disolviéndose en la película.
Por ello nos gusta ir al cine. Cuando estamos contemplando una película no tenemos que hacer absolutamente nada. Lo único que tenemos que hacer es dejar que lo que ocurra se derrame sobre nosotros. O, mejor dicho, lo único que tenemos que hacer es dejarnos arrastrar por la película.
Por ello nos gusta ir al cine. Cuando estamos contemplando una película no tenemos que hacer absolutamente nada. Lo único que tenemos que hacer es dejar que lo que ocurra se derrame sobre nosotros. O, mejor dicho, lo único que tenemos que hacer es dejarnos arrastrar por la película.
Entonces es cuando el pasado y el futuro se desvanecen y dejan paso a lo que
está ocurriendo. Y, puesto que lo que está sucediendo en la pantalla no es esencialmente real, uno puede sumergirse plenamente en la experiencia, puede relajarse y zambullirse sin reservas y reír, llorar y entusiasmarse con lo que ocurre, como si realmente estuviese ocurriendo.
está ocurriendo. Y, puesto que lo que está sucediendo en la pantalla no es esencialmente real, uno puede sumergirse plenamente en la experiencia, puede relajarse y zambullirse sin reservas y reír, llorar y entusiasmarse con lo que ocurre, como si realmente estuviese ocurriendo.
Es su irrealidad, de hecho, la que –durante un rato, al menos- la convierte en algo tan real. Y ésa es también la aparente paradoja que yace en el núcleo mismo de la experiencia. La vida es como una gran película, la mayor de las películas que jamás se haya filmado.
Jeff Foster
(Una ausencia muy presente)
(Una ausencia muy presente)
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