“No podemos ser nada sin jugar a serlo.”
JP Sartre
El concepto de ‘realidad’ es uno de los más complejos con los que puede confrontarse la mente humana. Tal vez el origen de su complejidad se deba a que bien podría tratarse de la más radical abstracción que hemos acuñado o, por el contrario, se trate de un plano absoluto e incuestionable. Y antes de proceder a profundizar en el título de este texto, el cual presume una alucinación colectiva que pulsa de manera omnipresente, sería prudente ahondar brevemente en ambas posibilidades –con el riesgo latente de acabar delirando alrededor de un entorno que probablemente ni siquiera es real, es decir un loop alucinatorio, y así hasta el infinito– .
La realidad real
Por más apasionante, y desquiciante, que nos parezca la primer hipótesis, no podemos descartar que la postura mainstream, aquella que concibe a la realidad como un escenario inamovible, tajante y objetivo, sea la que efectivamente rija nuestra existencia. Tal vez las cosas son simplemente lo que son: aquello que nos sugieren las leyes de la física, y cuya validez excluye la posibilidad de que sean de otra forma.
Quizá algo está prendido o apagado, el árbol se cayó o no (sin importar que el evento haya sido o no registrado, e interpretado, por una conciencia), esto es de una forma o, por el contrario, de la otra, es falso o es verdadero, etc. Esta trinchera existencial está en buena medida definida por el dualismo cartesiano y en general por el racionalismo –modelo en el cual la razón, y sus normas, de aplica como un sistema de decodificación para diferenciar lo real de lo irreal, partiendo de la premisa que existe una realidad fija–.
La realidad como proyección
De acuerdo con esta perspectiva, aquello que concebimos como realidad no es más que un espejismo de monumental sofisticación, una especie de paraíso de la simulación en donde nada es ‘en realidad’ lo que
aparenta ser. Aquí partimos de la premisa que cualquier componente de esa abstracción no existe como tal, sino que llega a nosotros mediado a través de nuestra percepción –la cual en este contexto aparecería como un filtro traductor que nos permite interactuar con cualquier cosa que asumimos como algo externo (a pesar de que a fin de cuentas somos solo un todo) y que, como suele ocurrir cada vez que utilizamos un mediador, la versión original experimenta un cierto grado de distorsión.
En este punto no podemos dejar de remitirnos a lo que en el hinduismo se conoce como maia ( माया māyā – ilusión), que se refiere a la apariencia ilusoria del mundo sensible. Se trata de algo así como una proyección que enmascara la verdadera naturaleza del universo, con la cual solo podemos interactuar a partir del instante en que nos demos cuenta que nada está separado –y por lo tanto cualquier manifestación fragmentada no es más que un eco fantasmagórico del axis, incluida la auto-percepción que hasta ese momento practicamos–.
Robert Anton Wilson, bufón cósmico y a mi juicio una de las mentes más lúcidas de las últimas décadas, advertía que “La creencia, inconsciente, no del todo articulada, de la mayoría de los occidentales, es que existe un mapa que representa adecuadamente la realidad. Por pura buena suerte todo occidental cree que tiene un mapa que encaja”. Este mapa, que al igual que Wilson y muchos otros creo que su naturaleza cartográfica le excluye per se de ser el territorio, es el que el racionalismo occidental considera, sin aceptar cuestionamientos, bajo pomposo título de ‘real’.
Y para concluir este delicioso apartado, me permito citar un elaborado mantra del propio RAW que reza:
“Todos los fenómenos son reales en algún sentido, irreales en algún sentido, sin sentido y reales en algún sentido, sin sentido e irreales en algún sentido, y sin sentido reales e irreales en algún sentido… y si repites 666 veces esto alcanzarás la iluminación suprema… en algún sentido”.
Todos estamos alucinando todo el tiempo
Más allá de que esta afirmación concuerda con una hipótesis personal, lo anterior fue expuesto por el británico Beau Lotto durante su ponencia en TED. Lotto, además de tener un coqueto apellido, es un ágil neurocientífico especializado en el estudio de la percepción. Durante los 16 minutos que dura su intervención, y apoyado en múltiples ejemplos de ilusiones ópticas, nos va demostrando que ni siquiera aquello que nuestros sentidos nos garantizan que es de un cierto modo, y por lo tanto resuena supuestamente con lo real, en realidad lo es.
Lotto busca comprobar que no tenemos acceso directo al mundo físico más que a través de nuestros sentidos y existe una miríada de agentes que influyen en nuestra percepción de las cosas. La combinación de estos elementos arroja infinitos algoritmos perceptivos ante lo cual resulta prácticamente imposible que algo se perciba de idéntica manera en dos personas. Y ante esto es que decidimos rasurar esas diferencias hasta llegar a niveles estándares que justificarán aquello que, por convención, designemos colectivamente como ‘lo real’.
En otras palabras, mediante una serie de sofisticados procesos que nos remiten a la cuasi-perfección con la que estamos diseñados, nuestro cerebro actúa como un interprete simultáneo que, en tiempo real, media toda interacción con eso que nos rodea. Y el punto es que estos procesos no solo están determinados por millones de macrovariables externas, sino que lo mismo sucede con las variables internas (bioquímicas, psicológicas, etc). “El contexto lo es todo”, nos dice Lotto.
Conclusión / Invitación
De acuerdo con lo anterior, existen buenas probabilidades de que la vida, y el como nos relacionamos con ella, no sea más que el salón de un aparentemente omnipresente Club de Viajeros Frecuentes. Y el problema no es que estemos viajando todo el tiempo si no que se nos olvide que permanentemente estamos inhalando ilusiones ópticas, fumando porros de verdades relativas y dándonos, vía intravenosa, simulacros que favorecen nuestra comodidad existencial. Y aquí vale la pena aclarar que lo malo no es que hayamos convenido en establecer una estandarización entre las diferencias perceptivas, sino que nos guste jugar a que el resultado de este ejercicio, es decir ese entorno explícitamente acordado, es una realidad absoluta e independiente de nuestro pacto colectivo, de nuestra convención.
Creo que es buen momento para aceptarnos como eso, una masiva tribu de navegantes, surcando una fascinante red de alucinaciones compartidas. Y si en realidad re-concebimos nuestra auto-percepción bajo esta premisa, entonces no solo podremos acceder a las mieles de este distinguido y frenético Club de Viajeros Frecuentes, también, muy probablemente, podremos reconciliarnos con el formato original del universo: la unidad.
Twitter del autor: @paradoxeparadis
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