En demasiadas oportunidades mis oídos tuvieron que escuchar la frase: “No me arrepiento de nada con respecto a lo que hice en mi vida”. El protagonista de la frase, aparentemente con total soltura, no admitiría un solo cambio en lo que hasta ahora ha vivido. Busqué frases en Internet sobre el tema y parece que más de uno, coincide con esta forma de encarar la vida. Veamos sólo dos ejemplos:
“No me arrepiento de nada. El que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente miserable” (Spinoza).
“No arrepentirse de nada es el principio de toda sabiduría” (Ludwig Bôrne).
Bueno, muy bien, parece que esta gente nunca se equivocó, o nunca se lastimó a sí mismos o a otros con sus actos. “¡No, Gustavo! -ya me estará corrigiendo alguno- no hablan de perfeccionismo estas personas, sino que volverían a hacer lo mismo porque de todo se aprende”.
Ah, ahora me quedo más tranquilo entonces con esta aclaración. ¡Mentira! No me quedo nada tranquilo. Nuestra sociedad justamente está como está por falta de arrepentimiento. Uy, ¡cómo estamos hoy! No, ya sé, está bien, ya te entendí. No te enojes. No hablo de re-mor-di-mien-to, sino de a-rre-pen-ti-mien-to.
Arrepentimiento es tomar conciencia y sentir dolor por un daño causado.
Arrepentimiento es iniciar un proceso de cambio (que no siempre se concreta de un día para otro).
Arrepentimiento incluye también la reparación cuando esto es posible.
Arrepentimiento es el camino hacia la verdadera sanidad y libertad sobre todo sentimiento de culpabilidad.
Quizá con alguna historia real pueda ser más claro. Una persona se dedicaba a realizar trabajos de electricidad. Cobraba de más por trabajos que nunca había hecho, dando explicaciones que los clientes en su ingenuidad creían. Por ejemplo, sólo cambiaba algún cable o lamparita y facturaba como si hubiera hecho toda una instalación eléctrica nueva. Cuando esa persona tuvo un real y profundo cambio espiritual en su vida, ¿qué hizo? Se arrepintió. Volvió a estos clientes, les contó la trampa, les pidió perdón y devolvió el dinero cobrado de más. ¡Tengo tantas ganas de escribirte decenas de historias como éstas! Pero creo que ya comprendes hacia dónde voy con el concepto, ¿no?
No se trata sólo de aprender livianamente de nuestros errores. Necesitamos cambios serios y rotundos. Basta de inventar argumentos para justificar nuestras maldades. Es hora de arrepentirnos de verdad, de decirle “basta” a lo peor de nosotros, de volvernos a Dios, de cambiar y reparar.
Amigo, prefiero quedarme con otra frase: “Nunca es tarde para el arrepentimiento y la reparación” (Charles Dickens). No es demasiado tarde. Arrepentirse no es de cobardes, sino de valientes. Podemos empezar a ser alguien un poquito mejor si dejamos de tomar con ligereza nuestros errores. No es remordimiento, sino esperanza. Dios es nuestro socio en el intento, no lo dudes.
Gustavo Bedrossian.
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