El hombre es muy simple pero su personalidad no lo es; la personalidad es algo muy complejo. La personalidad se asemeja a una cebolla: tiene muchas capas de condicionamientos, de corrupción tras las cuales se oculta el ser del hombre. Se encuentra detrás de tantos filtros que no puedes verlo; tampoco puedes ver el mundo que se halla oculto tras esos filtros porque lo que llega a ti ha sido corrompido por los filtros antes de que te llegue.
Nunca te llega nada tal como es; sigues sin saber cómo son las cosas. Entre medias hay muchos intérpretes. Cuando ves algo, para empezar, tus ojos y tus sentidos lo falsean. Después lo falsean tu ideología, tu sociedad, tu iglesia. Más tarde lo falsean tus emociones. Etcétera, etcétera. En el momento en que llega a ti ya casi no conserva nada del original o, tan poco, que da igual. Solo ves aquello que tus filtros te permiten ver y estos te permiten ver muy poco.
Los científicos están de acuerdo con esta idea. Dicen que solo vemos el dos por ciento de la realidad; ¡solo el dos por ciento! El otro noventa y ocho por ciento nos lo perdemos. Cuando me escuchas solo oyes el dos por ciento de lo que digo. El noventa y ocho por ciento restante se pierde y, cuando se ha perdido el noventa y ocho por ciento, el dos por ciento que queda está fuera de contexto.
Es como si cogieras dos páginas de una novela al azar, una de aquí y otra de allá, e intentaras reconstruir toda la novela a partir de esas dos páginas. ¡Faltan noventa y ocho páginas! No tienes ni el más mínimo indicio de qué trataban; ni siquiera estás seguro de que existieran realmente. No tienes más que dos páginas pero reconstruyes toda la novela. Esta reconstrucción es una invención tuya. No es un descubrimiento de la verdad, es tu imaginación.
Hay una gran necesidad de llenar esos vacíos . Siempre que ves dos cosas que no guardan relación entre sí, tu mente siente una profunda necesidad de relacionarlas; si no lo hace se siente incómoda. Así que te inventas un nexo entre las dos. Estableces una unión entre dos cosas sueltas, las unes y sigues inventando un mundo que no existe.
George Gurdjieff solía llamar a estos filtros «amortiguadores». Te protegen contra la realidad. Protegen tus mentiras, protegen tus sueños, protegen tus proyecciones. No te permiten que entres en contacto con la realidad porque ese contacto sería destructivo, chocante.
El hombre vive gracias a las mentiras. Se dice que Friedrich Nietzsche dijo: «Por favor, no le quitéis esas mentiras a la humanidad, de lo contrario, el hombre no podrá vivir. No borréis las ficciones, no destruyáis los mitos. No digáis la verdad porque el hombre no puede vivir con la verdad.» Está en lo cierto en lo que respecta al noventa y nueve coma nueve por ciento de las personas, pero ¿qué clase de vida se puede vivir a través de las mentiras?
El hombre vive gracias a las mentiras. Se dice que Friedrich Nietzsche dijo: «Por favor, no le quitéis esas mentiras a la humanidad, de lo contrario, el hombre no podrá vivir. No borréis las ficciones, no destruyáis los mitos. No digáis la verdad porque el hombre no puede vivir con la verdad.» Está en lo cierto en lo que respecta al noventa y nueve coma nueve por ciento de las personas, pero ¿qué clase de vida se puede vivir a través de las mentiras?
No será más que una gran mentira. Y, ¿qué clase de felicidad se puede lograr a través de las mentiras? Ninguna, de ahí que la humanidad sea infeliz. Con la verdad hay dicha; con las mentiras solo hay infelicidad. Sin embargo, seguimos manteniendo esas mentiras.
Esas mentiras son cómodas pero te protegen de la dicha, de la verdad, de la existencia.
El hombre es exactamente igual a una cebolla. El arte consiste en descubrir cómo pelar la cebolla y llegar a su centro.
Osho
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