Nuestra cultura, nuestra educación y, por qué no decirlo, también las distintas religiones, parecen haberse empeñado en ofrecernos una visión negativa de la vida que nos ha condicionado a pasarnos la vida sufriendo inútilmente.
Si hiciéramos un análisis riguroso, concluiríamos que más del 95 por 100 de las veces sufrimos inútilmente. Este porcentaje tan alto puede extrañar a mucha gente, pero hemos desarrollado una facilidad enorme para provocarnos sufrimientos injustificados.
¿Nos ayuda el que suframos antes, durante y después de un examen? ¿Resulta útil que nos disparemos antes de una entrevista de trabajo? ¿Nos facilita la resolución de un problema el que le demos vueltas, de forma reiterada, una y mil veces, intentando “cazar” cualquier peligro o posible amenaza? ¿Nos proporciona energía el llanto, la tristeza, el abatimiento…? Entonces, ¿para qué sufrir inútilmente?
El sufrimiento hace que el Sistema Nervioso Autónomo active las “funciones
de huída”: aceleración del ritmo cardiaco, opresión en el pecho, “embotamiento” generalizado, disminución de las funciones intelectuales…; en definitiva, pérdida del control voluntario de las conductas y emociones.
Las consecuencias son fáciles de imaginar: nos sentimos cansados, aunque no nos hayamos movido de una silla; embotados, aunque no hayamos desarrollado funciones importantes a nivel intelectual; apáticos, aunque nada justifique es malestar; decaídos y tristes aunque estemos rodeados de personas que nos quieran y se sientan cercanos a nosotros…
Uno de los signos de equilibrio que deberíamos tener las personas supuestamente maduras es haber aprendido a no sufrir de forma tan absurda como peligrosa.
Los desengaños, los desencantos, las desilusiones, las frustraciones… no justifican nuestro sufrimiento, porque lo único que conseguimos, si optamos por este camino, es hundirnos cada vez más en esas vivencias tan negativas.
Esta actitud hace que en lugar de aprender y salir rápidamente hacia la superficie nos machaquemos de forma absurda y nos enfanguemos en terrenos pantanosos; al final, nos sentiremos agotados en medio de una lucha sin tregua.
Solo hay un sufrimiento positivo: El que te hace reaccionar pronto y facilita que, sin hundirte, aprendas de la situación vivida, e incorpores un nuevo recurso al repertorio de tus conductas.
Fuente: "La inutilidad del sufrimiento" de Mª Jesús Álava Reyes.
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