7 de agosto de 2015

¿Qué tan lejos estamos de un mundo feliz?


Basado en La novela “Un mundo feliz” de Aldous Huxley.

Desde el título parece anunciarse una utopía acerca de la felicidad social, en su narración Huxley describe un mundo futurista en el que los hombres son producidos genéticamente in vitro. Los embriones son elaborados y programados para ejercer una función dentro de la sociedad, les enseñan a amar sus futuras tareas, a disfrutarlas y no sentirse insatisfechos con las mismas. Todos, según el rol que ocupen dentro de ella, contribuyen a que la misma funcione y se reproduzca. Al mejor estilo durkhemiano y, si se quiere, estructuralista parsoniano, los integrantes de este mundo no conocen su individualidad, pero sí conocen sus funciones y conocen perfectamente las reglas dentro de las cuales se mueven y respetan. Como toda sociedad perfectamente cohesionante mantiene a los integrantes totalmente integrados y regulados, ambos procesos se ven reflejados en la adoración religiosa al propulsor de la cadena de montaje Henry Ford, quien es adorado debido a su invento por el cual trabajan produciendo embriones y posteriormente fomentando el consumo. El autor describe una sociedad en perfecto orden, en el cual se da la existencia del lazo social que produce un amor a aquello que está por encima de cada individuo y lo enfrenta en un sentimiento de solidaridad con aquello que lo estructura. La carencia de anomia es una característica de este mundo futurista, la sociedad produce a los integrantes y los mantiene bajo un modo de vida particular.

Este modo de existencia también encuentra su máxima expresión de felicidad, además de su relación con dicha estructura, en los vínculos sociales que se

dan dentro de la misma. Estos vínculos rigen bajo una forma de consumo, máxima expresión de dicha. En este mundo futurista no existe el matrimonio, ni la fidelidad, ni las relaciones duraderas y estables. Sino que al contrario, rechazan todas estas concepciones modernas y asumen el acuerdo tácito de que “todo el mundo, le pertenece a todos”, estas relaciones fugaces son fuentes de felicidad y confort social que están ligadas fuertemente al consumo. El cuerpo por objeto que se toma, se usa y se descarta. Pero no solo esto es así en las relaciones sociales entre hombres y mujeres, sino también en su relación con los objetos a los cuales usan y si se rompen teniendo la posibilidad de repararlos los desechan para adquirir uno nuevo. Porque los programan para consumir, por ende para ser felices y por consiguiente para que el orden social persista.

Haciendo ahora un paralelismo con el momento en el cual estamos viviendo, el relato de Huxley nos permite pensar sociológicamente ¿qué tan cerca estamos de ese mundo utópico y de felicidad?

Teóricos contemporáneos como Alain Touraine, Zygmunt Bauman, Anthony Giddens y muchos otros más, han cuestionado la eficacia en nuestros tiempos de las sociedades en cuanto a sus propiedades de cohesión tanto normativas como integradoras. Lo cierto, y coincidiendo con estos pensadores, es que en el mundo globalizado la sociedad atraviesa un proceso de obsolescencia debido a que pierde su poder regulador y de integración. En esta nueva era en lo que todo lo sólido se desvanece en el aire, las instituciones pierden su peso y el ser social que se identificaba con otro dentro de un marco de pertenencia colectivo pasa a identificarse según sus propias metas individuales. La nueva presencia del individuo encuentra su identidad, como ya he dicho en varias notas anteriores, en el consumo y en la inmediatez de los vínculos. Pero a pesar de esto la sociedad en tanto tal, y encontrando aquí el punto de acercamiento con aquel mundo feliz descrito por A. Huxley, sigue produciendo a los individuos. Según N. García Canclini la forma de consumir que predomina en nuestra realidad actual se caracteriza por ser irreflexiva, irracional e inútil. Esta forma de consumir es producto de una construcción social que se nos impone y la cual nosotros producimos.

En este sentido podemos pensar cómo a pesar de la duda de la fuerza de la sociedad y su relación con, parece ser, un individuo que se halla por encima de ella, se puede ver cómo sigue existiendo la construcción social de una forma estructural y la manera en la que somos producidos y como reproducimos esas formas de relacionarnos mediante el consumo. Un claro ejemplo es el modo de identidad que es parte de algo colectivo y personal, es una construcción de cómo somos producidos por los otros y como nos esforzamos para que los demás nos reconozcan y finalmente formarnos parte de ese espacio social.

Las relaciones medidas por el consumo encuentran un paralelismo fuertemente ligado a la utopía de Huxley, en las que también en el mundo actual dejan atrás las opciones tales como el matrimonio, la duración y estabilidad en las relaciones amorosas y las limitan a prácticas de consumo.

Acerca de pensar sobre la fuerza de la sociedad y a pesar de lo globalizado que se ha vuelto el mundo, no puede dejar de pensarse en la presión social que existe cada día sobre nosotros y como nos hace actuar en pos de un consumo que nos enajena y nos hace desear cada vez más, y no solo por el deseo de algo que no necesite sino por el deseo de pertenecer y de que me reconozcan como parte de algo mayor. Ya que todo se entiende mediante el consumo, las sociedades modernas sienten la presión que ejerce ese hecho social de manera coercitiva y los moldea en su forma de pensar y sentir que favorece a la reproducción del consumo y por lo tanto a la reproducción de esa clase de sociedad. Y parece ser que el consumo, mientras dure, nos hace felices…

FUENTES:

Huxley, Aldous. Un mundo feliz.

Tourain Alain: Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy. Cap. 1 y 4.

Bauman, Zygmunt: La globalización.

Durkheim, Emile: LA división del trabajo social y Las reglas del método sociológico.



Publicado por: Natalia Laneve


Fuente Foto: http://gatosleyendo.blogspot.com.ar



http://ssociologos.com/2015/08/04/que-tan-lejos-estamos-de-un-mundo-feliz/


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