Se trata de algo que ha sido desarrollado en la conocida como ley de rendimientos acelerados, que asegura que el crecimiento del progreso tecnológico es exponencial. Aunque, como es lógico, ha sido sugerida por diversos pensadores a lo largo del último siglo, fue enunciada en su forma final por Ray Kurzweil en un ensayo de 2001 que recibía el nombre de dicha teoría. En su obra, el polifacético científico (también músico y empresario) aseguraba que se producirán “cambios tecnológicos tan rápidos y profundos que representarán una ruptura en el tejido de la cultura humana”.
Frente a la ley de Moore –enunciada por el confundador de Intel Gordon E. Moore en 1965–, que aseguraba que cada dos años se duplicaría el número de transistores en un circuito integrado (lo cual anunciaba ya la exponencialidad del crecimiento), Kurzweil iba un poco más allá y aseguraba que esto daría lugar a una singularidad tecnológica que marcaría un antes y un después en la historia del hombre.
Un cuento para entenderlo todo
Aunque la teoría es antigua, ha vuelto a circular gracias a la recuperación de un viejo relato tradicional que Kurzweil ha utilizado con frecuencia para ayudar a entender este crecimientoexponencial, y que probablemente el lector conozca. El relato cuenta la historia del inventor del ajedrez y del emperador chino, que quiso recompensar a este por su histórico hallazgo. Cuando este le preguntó qué quería como premio, el hábil inventor le pidió algo en apariencia muy sencillo. Simplemente, el emperador debía colocar en la primera casilla del tablero un grano de arroz, el doble en la contigua, cuatro en la de más allá, y seguir así hasta que todas las casillas fueran cubiertas.
Una petición en apariencia humilde, pero que terminó acabando con la fortuna del emperador (o con la cabeza del inventor, según la versión de la historia que se consulte). A pesar de que elcrecimiento parece en apariencia sencillo y limitado, elevar el dos a la 64 potencia (el número de casillas en un tablero de ajedrez) arroja un resultado de 18 trillones de granos (18.446.744.073.709.552.000, exactamente), una cantidad de producción que ni siquiera toda la superficie de la tierra podría ofrecer.
La moraleja es clara: frente al crecimiento lineal con el que solemos manejarnos en nuestra vida diaria (si compro un coche pagaré X, si compro dos mis gastos se duplicarán), la lógica tecnológica es exponencial y, por lo tanto, su crecimiento imparable, incalculable y en continua aceleración, como demuestra la habitual sensación citada al comienzo de este artículo. Algo que ha terminado por afectar a otros aspectos de nuestra vida, como el trabajo o la gestión de nuestro tiempo libre.
Todos sabemos dónde empezamos, pero no dónde terminamos
Como explica Kurzweil, nos encontramos en mitad de ese tablero, lo cual no quiere decir que vayamos por los 9 trillones de granos (otra vez la engañosa lógica lineal cruzándose en nuestro camino), sino por los 4.000 millones. En definitiva, aún falta mucho camino por recorrer, pero ese camino se recorrerá de forma aún más rápida que lo que hemos vivido hasta ahora. Es en ese momento cuando, según el pensador, el emperador empezó a sospechar que el trato le había salido mal. Al principio, todo parece avanzar lentamente y de forma fácil de entender. Sólo a medida que pasa el tiempo nos damos cuenta de que aquello que un principio parecía controlable pronto se desboca, de igual manera que la tecnología queda desfasada cada vez con mayor rapidez.
Si tan rápido se producen estos avances, es inevitable que tarde o temprano lleguemos a un momento en el que la concepción del ser humano cambie para siempre (mucho más que con la aparición del smartphone o internet): es la conocida como singularidad, la era en la que la inteligencia artificial supere con mucho a la humana y el ser humano pueda transferir su mente a un soporte informático. “A medida que el conocimiento exponencial continúe acelerándose durante la primera mitad del siglo XXI, parecerá explotar hasta el infinito, al menos desde la perspectiva limitada y linear de los humanos contemporáneos”.
Desde que enunció la teoría, Kurzweil, además de diseñar una peculiar dieta con la que planea llegar a centenario, se ha convertido en el director de ingeniería de Google. Pero no todo el mundo aplaude sus ideas o, al menos, la aplicación de estas. Como explicaba en una reciente entrevista el profesor Edward Frenkel, autor de Amor y matemáticas (Ariel), es un peligro considerar al hombre como un ordenador que debe renovar su hardware y software para evolucionar, sobre todo si eres uno de los hombres más importantes de una de las compañías tecnológicas más grandes del planeta.
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