La mayoría de nuestra basura electrónica acaba en dos sitios. Dos enormes vertederos, dos pequeños infiernos, cada uno en una esquina del mundo y demasiado lejos como para que puedan quitarnos el sueño.
Uno de ellos es la ciudad de Guiyu, en Guandong, China, que lleva 20 años recibiendo residuos electrónicos. El sitio donde, de una forma u otra, cobran vida la mayoría de nuestros gadgets es también el que los recibe de vuelta cuando terminan su vida útil. Guiyu es el mayor basurero tecnológico de China, y aunque la fabricación y montaje de componentes electrónicos sea una industria del más alto nivel, su reciclaje y descomposición, definitivamente, es todo lo contrario. El apocalíptico paisaje de Guiyu muestra, hasta donde alcanza la vista, montañas de dispositivos electrónicos desechados entre rudimentarias chabolas callejeras a modo de taller, en las que los trabajadores, equipados solo con herramientas manuales, desmontan los componentes con métodos nada tecnológicos. Las bobinas de los transformadores se desenredan a mano para extraer el cable; las placas se introducen en hornos al rojo y se sumergen en ácido para conseguir escasas virutas de sus preciados metales.
Guiyu es el segundo lugar con más polución del planeta, y desde hace años se la conoce como Ciudad Veneno: el aire está saturado de gases tóxicos, y el suelo, envenenado con altas dosis de plomo, aluminio, cromo y otros metales pesados. Ni siquiera el agua es potable, por culpa de los altos niveles de plomo en el sedimento del río.
Personas trabajando en el vertedero de residuos electrónicos de Guiyu. (Foto: Basel Action Network (Ban.org) CC BY-ND 2.0 / Flickr)
China aprobó hace tiempo una ley prohibiendo la importación de residuos electrónicos, pero el daño ya estaba hecho. Aunque cada día siguen entrando toneladas de basura, el grueso de la exportación se ha ido moviendo hacia países con leyes más permisivas, como Ghana. La mayor parte de la basura tecnológica se disfraza para su exportación como donativos o material usado, cuando no es más que chatarra altamente tóxica.
El panorama de Agbogbloshie, un suburbio de Accra, es igualmente desolador: lo que antes fue un humedal al que acudían los habitantes de las ciudades cercanas a pasar su tiempo de ocio es, ahora, un cementerio electrónico inundado de montañas de basura y marañas de cables y plástico ardiendo, en el que cientos de personas, en su mayoría jóvenes, escarban con palos entre la basura y prenden fuego a los desperdicios, esperando que el plástico y la goma derretidos hagan asomar unos gramos de preciado cobre.
Casi todos los que malviven en este vertedero son inmigrantes provenientes del norte de Ghana o de Costa de Marfil, y llegan a Agbogbloshie con la esperanza de ganar un dinero rápido y poder partir, en pocas semanas, en busca de un futuro mejor. Algunos son conscientes del riesgo que corren, pero la mayoría trabaja con las manos desnudas, e incluso recorren el vertedero en chanclas.
La cruda realidad es que casi nadie consigue su objetivo: pronto empiezan a aparecer los problemas de salud: erupciones, insomnio, trastornos nerviosos, agotamiento, enfermedades cardiovasculares. Para cuando han conseguido reunir algo de dinero, tienen que gastarlo en medicinas y somníferos, y se ven obligados a seguir haciendo el mismo trabajo una y otra vez para volver a ganar lo gastado.
El círculo vicioso nunca se cierra en Agbogbloshie: la mayoría de las personas que trabajan allí morirán de cáncer antes de cumplir los 30 y sin haber recibido educación de ningún tipo.
Personas trabajando en el vertedero de residuos electrónicos de Agbogbloshie. (Foto: Marlene Napoli CC0 1.0 / Wikimedia)
* Marah Villaverde es bloguera, fotógrafa, traductora, inquieta por naturaleza y apasionada de la tecnología y los gadgets. Escribe en geekpunto.com, y en su vida offline disfruta de los gatos, la lluvia, el mar, el cine y las letras. Blog: http://geekpunto.com
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