Fomentar la confusión:
Terminábamos la primera parte, esbozando apenas la naturaleza de las empresas creadoras y defensoras de la transgenia. Atisbamos de pasada cómo estas compañías se habían convertido en las últimas décadas en auténticos gigantes que dominan buena parte de las bases de la economía mundial, y resumíamos su trayectoria y alguna de sus motivaciones. Como utilizan la desinformación, el marketing y el estado general de adormecimiento colectivo en el que nos movemos desde hace siglos, para intentar vender, con bastante éxito por cierto, su mercancía envenenada. La industria transgénica está auspiciada por auténticas moles empresariales, que han ido fagocitando con el paso de los años todo tipo de empresas y actividades. Hoy en día son auténticos poderes fácticos que manejan los hilos de las marionetas que nos gobiernan, con presupuestos corporativos que superan el PIB del 95% de los países del planeta. Los supuestos representantes de los ciudadanos de las “democracias” occidentales están al servicio, y muchas veces directamente a sueldo (ahí están los flagrantes y muy recientes ejemplos de
Gonzalez y Aznar con las eléctricas por ejemplo y a pequeña escala local de nuestro país), de este complejo y mortal entramado. Pero una vez metidos en harina, sigamos desglosando las tácticas y artimañas que utilizan para manejar al desinformado común de los mortales.
En la primera parte, ya desenmascaramos el primero, pero no el más utilizado de sus “argumentos”. El de que lo que la transgenia suponía a fin de cuentas, no era más que lo que los agricultores y ganaderos llevaban toda la vida practicando con las hibridaciones o cruces. Les recomiendo consultar el artículo anterior para formarse un criterio propio a este respecto.
El siguiente argumento, quizás sea el mas manido y a la vez taimado porque apela a uno de los valores más románticos, pueriles y arraigados de nuestra cultura judeo-cristiana-cartesiana: “la ingeniería genética alimentará al mundo” afirman sin despeinarse.
Sólo que en el mundo hay actualmente unos 900 millones de personas hambrientas y sin embargo, hoy en día, disponemos de más comida por persona que en cualquier otro momento de la historia. El promedio es de dos kilos por persona y día. Se nos cae el alma a los pies con las cantidades ingentes de alimentos que literalmente nuestra opulenta sociedad tira a la basura cotidianamente. Y no me refiero a comida caducada o podrida no…
Resulta pues evidente, a la luz de estos hechos incontestables, que la solución al hambre y a la enfermedad, no consiste en producir una cantidad cada vez más masiva de una poca variedad de alimentos desvitalizados y desnaturalizados sistemáticamente por la transgenia y los químicos, llámense estos “pesticidas”, “vacunas” o “medicamentos”. No, se trata de utilizar policultivos complementarios que potencien los nutrientes intrínsecos sinérgicos de los alimentos, verdaderas medicinas de Vida como lo demuestran disciplinas como la medicina ortomolecular, la naturopatía o la nutrición holística.Como describe perfectamente Vandana Shiva, una de las voces más preclaras en la defensa de los valores naturales frente a los monstruos de la transgenia.
“El hambre consiste en la destrucción de los derechos, en hacer que la gente carezca de poder adquisitivo, que se viene abajo por todo el mundo a medida que los sistemas agrícolas empujan a los agricultores a gastar más dinero en tecnología y recibir menos beneficios de sus cultivos[…]Mientras que los granjeros están cultivando cereales, perdiendo dinero y dirigiéndose a la bancarrota, las compañías que fabrican los cereales para el desayuno amasan enormes beneficios[…]La ingeniería genética es demasiado monocultural, demasiado pobre, demasiado insostenible como para apostar que ello pueda dar de comer a los hambrientos” Vandana Shiva (Pag.348 “la guerra de los alimentos transgénicos”).
…. o siquiera para mantener a medio plazo la supervivencia de las sociedades humanas, añadiría yo.
Es curioso recordar, como en la llamada “Revolución Verde” de los años 60, los mismos actores prometieron exactamente lo mismo, en aquella ocasión a cuenta de la introducción de pesticidas y fertilizantes químicos. 50 años después hay cada día más personas hambrientas en el mundo, y el número de enfermedades crónico-degenerativas no deja de crecer exponencialmente.
Existen básicamente dos maneras artificiales de modificar el curso de un cultivo, en teoría para “bien”:
- Los herbicidas o pesticidas: son productos químicos diseñados para matar las “malas hierbas”, insectos o microorganismos, que por su competencia o parasitación de los cultivos, impiden o menoscaban su crecimiento.
- Los fertilizantes: son productos que contienen los minerales principales que necesitan los cultivos para crecer.
Evidentemente todo en esta vida tiene dos caras, y la cara no tan buena de estos dos grupos de familias químicas se ha puesto de manifiesto en múltiples ocasiones desde que se introdujeron masivamente en los ecosistemas en los años 60. De ahí conectamos con el siguiente de sus taimados alegatos, muy comúnmente utilizado, ese de que “La ingeniería genética reduce la utilización de pesticidas”.
Como ya anticipábamos en el artículo anterior, las semillas resistentes a los herbicidas provocan un mayor uso de estos por la denominada “polinización cruzada” que transfiere horizontalmente los genes de diseño resistentes a los herbicidas, a las malas hierbas que medran en los campos. Tanto es así que las trazas de glifosato (un herbicida) han aumentado hasta doscientas veces en alimentos vendidos en Nueva Zelanda y Australia. El uso de estos herbicidas con patente de corso para destrozar todo a su paso, ha conducido al borde de la extinción en EEUU, a una gran variedad de especies vegetales y animales inocentes y simbiontes que medran y conviven en los campos de cultivos de cereales o leguminosas, así como a multitud de microorganismos beneficiosos para los mismos (hongos, actinomicetos, y levaduras).
Por otro lado, en su afán por producir mayor cantidad, más rápido, más grande y más bonito, los cultivos transgénicos aumentan el uso de fertilizantes químicos, llevando al extremo la erosión del terreno y su empobrecimiento. Estos fertilizantes sintéticos se usan para exprimir la tierra al máximo de tal forma que los alimentos crezcan más rápido. Aportan tan sólo dos o tres de los elementos o minerales que necesita una planta para crecer (potasio, fósforo, magnesio): los que necesita en más abundancia. Se ignoran, sin embargo, la multitud de otras sustancias que también son vitales, pero en cantidades a veces infinitesimales.
Las plantas crecen en apariencia, pero su metabolismo y composición está alterado y empobrecido por la carencia crónica de sustancias claves. Aunque en cantidades despreciables para la mentalidad convencional materialista, que tiende a primar la cantidad sobre la calidad, esos otros minerales (Zinc, Boro, Silicio, Molibdeno, Cobalto etc.) son fundamentales para la salud de la planta. Y lo que es más importante, para que el alimento pueda transmitir a su vez, salud, o al contrario, debilitamiento y enfermedad a quien lo consume. La planta, al no proporcionárselos el agricultor al terreno, los tiene que extraer del mismo, empobreciéndolo y matándolo a medio plazo, para posteriores cultivos. De ahí la sabiduría de los policultivos rotatorios de especies que se complementan y enriquecen los terrenos, o el descanso de los terrenos al dejarlos en barbecho, que mencionaba Vandana Shiva.
De esta manera se produce un doble efecto pernicioso:
- por un lado una desvitalización (pérdida sistemática de los denominados nutrientes sinérgicos: vitaminas, enzimas y minerales, con en cambio un aumento de las calorías
- un aumento de la absorción en los alimentos de elementos químicos tóxicos para el organismo.
Estos fertilizantes químicos utilizados en la agricultura, producen además graves daños en los ecosistemas, al llegar a los ríos, las bahías, los lagos, y el mar, desproveyendo al agua de oxígeno y asfixiando la vida, por la proliferación descontrolada de algunas especies de algas.
Otro alegato muy recurrente es que “La ingeniería genética no se diferencia en nada de las técnicas usadas en la elaboración de nuestros medicamentos.”Evidentemente para “bien”, según ellos… Pero va a ser que más bien para “mal”. No, no se diferencian en nada de la ingente cantidad de moléculas químicas de diseño que llevamos esparciendo irresponsablemente por los organismos vegetales, animales y humanos, desde hace un siglo. La misma lamentable estrategia “preventiva” y “terapéutica” que nos está llevando a la continua intensificación y aparición de males de etiología “desconocida”, de naturaleza degenerativa, “incurables” para estas mismas “filosofías”, a edades cada vez más tempranas. Cada vez hay más niños con enfermedades de ancianos. La relación de la alimentación y la toxemia que ingerimos por vía digestiva, respiratoria, radiaciones electromagnéticas, con asmas, diabetes, cánceres, esclerosis múltiple, alzheimer, SIDA, Creutzeld-Jacob o “vacas locas”, Morgellons etc.. que son el azote de nuestro tiempo, cuenta cada día que pasa con más evidencias documentadas.
Imponer su visión:
Pero pasemos a repasar las tácticas para conseguir imponer su forma de entender la “alimentación” al mundo, y su manera de entender los “negocios”, que se resumen grosso modo en pasar por encima de las libertades y derechos más elementales de las personas. La meditada y perfectamente orquestada estrategia de la industria consiste en utilizar todos los medios a su alcance, que son muchos, y estriba en:
1. Ir dando largas en el asunto del etiquetado. Es decir presionar a los gobiernos por medio de sus numerosos peones a sueldo empotrados en la estructura de las instituciones que queremos “democráticas”, para que no informen al consumidor de los alimentos con contenido transgénico. Así, según ellos, “la gente se convencerá con el tiempo de que estos productos son “inocuos” y resulten de este modo “atractivos” para los consumidores y no sólo para los agricultores”. No les interesa el etiquetado (avisar al consumidor de qué alimentos están elaborados con transgénicos), porque eso supone tener que controlar la producción de plantas transgénicas durante todo el proceso: desde que sale del campo hasta que llega al plato, y eso supone un coste que no quieren asumir porque el negocio dejaría de ser rentable. Por ello quieren colarnos los alimentos alterados sin que nos enteremos y que traguemos con su forma de ver el problema y con los alimentos que nos obligan a comer. Tienen miedo de que se concrete un sistema alimentario bipartito “de lujo”, que exija una costosa diferenciación entre unos y otros para mantener alejados los transgénicos de los convencionales. Eso es lo que siempre se ha intentado desde los sectores holísticos con la creación de organismos de regulación de Agricultura Ecológica.
2. De ahí que presionaran durante años al gobierno estadounidense para que sus productos fueran incluidos en la denominación de..¡¡“ecológicos”!! a pesar de haber sido modificados genéticamente, irradiados o fertilizados con aguas residuales.Afortunadamente esto colmó el vaso de la paciencia de los consumidores norteamericanos y el gobierno no se atrevió a realizar lo que era su intención. Ha quedado meridianamente claro con los papeles de Wikileaks, lo que muchos ya sabíamos: que la industria transgénica de los alimentos es estratégica para el gobierno estadounidense afín de imponer su “supremacía” a Europa y al Mundo.
3. Conseguir que los pólenes de sus variedades genéticamente alteradas, contaminen los campos vecinos para que nadie pueda nunca, a medio plazo, afirmar que sus cultivos están libres de transgénicos para así, poder tener vía libre en el control del mercado alimentario mundial. En los países donde más éxito han tenido los postulados de la industria como los EEUU y Canadá, las agencias gubernativas de seguridad alimentaria (FDA), no sólo no hacen diferenciación alguna entre los alimentos transgénicos y los procedentes de medios naturales (no se etiquetan los transgénicos), sino que desde Enero de 2001 además, en un ignominioso despliegue de despotismo, está prohibido etiquetar los no transgénicos, lo cual es un auténtico atropello al consumidor y a su dignidad. Este es el modus operandi de estas auténticas mafias.
En un estudio norteamericano titulado “Gone to seed. Transgenic contaminants in the tradicional seed supply”, de Margaret Mellon y Jane Rissler publicado en Febrero del 2004, se detectó que entre un 50 y un 85 por ciento de las semillas convencionales no transgénicas de maíz vendidas en EEUU estaban contaminadas por ADN transgénico en un porcentaje de entre un 0,05 y un 1 por ciento (el equivalente a 6250 toneladas de semillas transgénicas, y tan sólo llevaban en el momento del estudio 10 años de cultivos intensivos de transgénicos. La amenaza para la agricultura mundial es una sin precedentes.
Las palabras del congresista norteamericano Dennis Kusinich dan certeramente en el blanco:
“[…]Vivimos un momento en que se ha permitido a las corporaciones tener unas actividades mercantiles prácticamente ilimitadas, y ahora empezamos a percibir los efectos de ese proceso[…] Casi existe la sensación de que las corporaciones son el verdadero “Gran Hermano” de Orwell. La gente se ha pasado mucho tiempo preocupado por el gobierno considerándolo el “Gran Hermano”, pero estamos en una época en la que son las corporaciones las que hacen este papel, decidiendo qué es bueno para la gente y qué no. Lo que nos estamos jugando son unos valores democráticos: si las personas tienen derecho o no a opinar sobre como se elaboran sus alimentos y qué contienen. Creo que estamos viviendo un momento en que las corporaciones crean las reglas y el gobierno les concede la legitimidad para decidir cuáles son nuestros productos sin cuestionárselo.”
La rebelión ciudadana:
Las promesas de la industria, van más dirigidas a la peligrosa ignorancia inocente del norteamericano medio que sigue analizando la vida como una interminable sucesión de buenos y de malos, de blancos y de negros, de “conmigos o contra mi”. Unas promesas baldías para los consumidores de las democracias europeas de más tradición y consolidadas, de ahí la resistencia de la sociedad civil de Alemania, Francia o Gran Bretaña en donde los ciudadanos llegaron a emprender una campaña de quema de campos de transgénicos, frente a la corruptela de sus autoridades, que permitían a estos monstruos sin alma, medrar a sus anchas por nuestros campos. Evidente y tristemente, nuestro país no está entre estos.
Frente a estas “zanahorias” de “mundo feliz” a la “americana”, algunas personas plantean la siguiente reflexión que por el respeto que nos merece, el pueblo estadounidense (que no sus gobernantes) quiero poner en voz nuevamente de Dennis Kusinich: “Aunque los alimentos transgénicos, poseyeran un beneficio intrínseco aún por descubrir, este ciertamente no sería superior, en ningún caso, al derecho que tienen las personas a la información, ni a la garantía básica de que los alimentos sean inocuos”, ni al respeto de su decisión de elegir lo que ponen en sus platos, añadiría yo.
No nos dejemos engañar, las empresas transgénico-químico-farmacológicas son organizaciones alumbradas y amparadas por una mentalidad totalitaria y paternalista que destilan en todos sus comportamientos. Muchas de ellas fueron los pilares que sostuvieron sin tapujos el poder tecnológico-militar nazi (Bayer, Basf) y debieron de ser desarticuladas tras la supuesta victoria de las Democracias. Pero en el contexto de la guerra fría, con el monstruo comunista al acecho, las democracias occidentales vencedoras no podían permitirse eliminar unas fuentes de tecnología tan apetitosa para el aparato militar, y tras cambiar a los directivos por unos afines, reflotaron esas empresas. Su cultura y sus maneras de funcionar se mantuvieron, y aún es más, se convirtieron en los puntales del “desarrollo” desde la guerra hasta nuestros días. Desde entonces han influido de manera determinante en una manera de entender la vida y los negocios, que es la dominante actualmente aún hoy en día. Han contagiado esa mentalidad a las estructuras de nuestro sistema sanitario y político. Asistimos cotidianamente a como los mismos están controlados y dirigidos, cual marionetas, por esos entramados.
Para concluir, tan solo añadir que no estamos en contra de la tecnología ni del conocimiento, como no estamos en contra de nada per se. El demonizar es tan insensato como el endiosar. Todo tiene un lado claro y otro oscuro. El no reconocimiento de esta obviedad, deriva de una mentalidad infantil. Es la intención y el uso que se le quiere dar, derivado directamente de la filosofía que hay detrás, lo que hace de las cosas algo “bueno” o “malo”. La ingeniería genética, como el uso de pesticidas o de fármacos químicos, es algo que solo se justifica en casos extremos, muy concretos y localizados, cuando no hay más alternativa. Deberían ser usados únicamente en casos excepcionales y bajo un estrictísimo seguimiento y control exhaustivo de sus efectos desequilibrantes y/o colaterales y/o secundarios. Puesto que estos se dan siempre con sustancias o técnicas tan alejadas del sabio funcionamiento armónico y coherente de la Naturaleza. No renunciamos a nuestra categoría de seres humanos con todo lo que eso implica de creación de métodos “artificiales”. Sólo que únicamente creemos en los métodos artificiales cuando están sometidos a la sabiduría de lo natural y de la Vida y no al caos del “poder”, del “amasar dinero” y del “marketing”.
Porque cuando esto ocurre, esas “creaciones artificiales” son también terriblemente nocivas primero y sobre todo para el ser humano. Lo demuestra el vertedero inviable para la Vida en el que estamos convirtiendo entre todos el Planeta. Para esta filosofía que es la que impera en nuestra sociedad y que como decíamos encarna lo peor del ser humano,la ciencia y la tecnología son auténticas religiones sectarias, voluptuosas diosas nubladoras del sentido al servicio de las cuales tenemos que estar todos los seres humanos, para mayor gloria del poder de unos pocos. Nosotros solo creemos en la tecnología al servicio de la Vida y de un Ser Humano Consciente, que es el que se supone que organiza sus sociedades en democracia. No en manos de auténticos inconscientes, adolescentes emocionales, que nos van a retrotraer a algo similar, pero en mucho peor, que la “edad de piedra” de la que dicen querernos sacar: la “edad de la basura”.
Bibliografía:
“La guerra de los alimentos transgénicos”. Bill Lambrecht 2001. Ed. Integral.“El hambre en el mundo y los alimentos transgénicos”. Antón Novas. Madrid 2005. Ed. Los libros de la catarata.
Extraído del Blog “Salud y vida”
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