Cuando uno responde a las circunstancias desde dentro, uno se siente libre y poco condicionado por lo que pasa en el exterior! Uno aprende a confiar en esa certeza que en el interior todos tenemos y, por tanto, no reacciona ante los acontecimientos según sean éstos y teniendo en cuenta la experiencia del pasado en situaciones parecidas, ni según nuestras ideas limitadas y planes de vida. Cada situación en la vida es única e irrepetible y, aunque nos obstinemos en lo contrario, no puede preveerse su efecto, pues la vida en sí es un riesgo asumible… si queremos vivirla tal como es. Es verdad
que la experiencia enseña y que ese aprendizaje nos da pistas de cómo debemos responder ante los hechos cotidianos. Ese es la principal aportación de la mente y la inteligencia a nuestra vida. En situaciones similares ya vividas, nos recuerda nuestra reacción y los efectos de ésta.
Pero, nos guste o no, cada situación nueva que llega a nuestra vida -como he mencionado antes- es singular e irrepetible… y exige una respuesta -no una reacción- íntegra, coherente e inmediata! O sea que de poco nos sirven las situaciones ya vividas cuando nos llega una nueva y, por tanto, imprevista. No acometerla como tal y con miedo, nos obliga a vivir una vida ilusoria, por tanto, algo que no se corresponde con la realidad nuestra y de nuestra vida, ya plena. Nosotros cambiamos constantemente, así como la forma de encarar las cosas que vivimos. Ante los fenómenos más trascendentales de la vida, solo vale cómo respondemos en el ahora. Y el ahora depende más de nuestras emociones del momento, que de nuestras experiencias en el pasado o nuestras expectativas para el futuro. Nos guste o no, la vida exige que, en cada momento, seamos capaces de escribir el guión de nuestra propia vida, sin planes prefijados ni guías externos que nos ayuden a actuar. Y eso exige valentía y también libertad ante lo sabido o aprendido. Alguien dijo que nuestra inteligencia es nuestro peor enemigo. Cuando la necesidad de controlar nuestra vida y lo que sucede en ella nos domina, dejamos de vivir el ahora y, por tanto, de sentirnos vivos en cada instante.
Pero la libertad es una opción de vida, como lo es el amor, verdadero. Uno puede dejarse arrastrar por las circunstancias de la vida según su inteligencia o bien aceptar sus emociones en un preciso momento y actuar según ellas. Pero es verdad que eso cuesta, acostumbrados como estamos a buscar razones a lo que sentimos y/o actuar según se espera de nosotros, según nuestra educación y experiencias pasadas. Y eso no hace más que sesgar nuestra realidad y, por tanto, nuestra libertad. La gente ha aprendido a permanecer cautiva de sus condicionantes -internos y externos- y se resiste a liberarse de ellos, aunque el coste de hacerlo sea la infelicidad y ese pesado sentimiento de falta de sentido de lo que hacemos, que las más de las veces nos produce tristeza. Y nos negamos a ejercer nuestra libertad hasta el punto que nos inquieta e incluso molesta que alguien apele a ella o nos ponga en evidencia ante esa cruda realidad de lo que sentimos ahora y que nos resistimos a aceptar, quizás por miedo a lo desconocido.
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