3 de noviembre de 2015

La muerte como transformación y no como final

ENTENDER LA MUERTE DESDE UNA PERSPECTIVA NO-DUAL, COMO VIDA EN CONSTANTE MUTACIÓN, NUNCA COMO FINAL, SIEMPRE COMO POSIBILIDAD DE CONOCER LOS SECRETOS DE LA EXISTENCIA Y REGRESAR A UN ESTADO DE UNIDAD.

                                                                
Imagen: Lucinda Horan

En estos días en los que se celebra la muerte en diferentes partes del mundo, con una fiesta especialmente rica en  colores y significados en México, reflexionemos un poco sobre lo que es la muerte para nosotros, cómo ejerce una pesada influencia sobre todos nuestros actos ( no sólo en estos días donde se vuelve explícita) y cómo podemos aligerar esta sombra funesta.
Pese a que existen excepciones en los que la muerte se sublima, se festeja y se integra al flujo de la vida, comúnmente nuestro contacto con la muerte es a través de una relación de oposición absoluta con la vida, donde se considera como el final de nuestra existencia. Una especie de agujero negro del cual nada escapa. Aunque muchas personas creen que la vida perdura más allá de la muerte, generalmente se considera que la muerte es un misterio invencible, ante el cual lo más que podemos hacer es acercarnos con fe (y ciega, puesto que no podemos ver más allá de esta existencia particular como seres individuales en cuerpo mortales). De esta concepción dualista de la vida y la muerte surge gran parte del conflicto y la angustia de nuestra existencia, de tal forma que podemos decir que la muerte es el verdugo invisible de la vida, un amo implacable cuyo poder viene, más que de su acción tangible, de su amenaza ubicua, de su estatus de supremo desconocido.
Podemos decir que la muerte se ha vuelto en nuestro tiempo un agente inconsciente, operando, condenando, dictaminando desde la sombra. Eso que
llamamos muerte y que hemos reprimido para que no aparezca en nuestra existencia cotidiana salvo maquillada o bajo una forma digerida y tolerable, sin embargo, no deja de existir y ejercer su influencia misteriosa, y así, irrestañable, se convierte en algo mucho más familiar: el miedo. El miedo es la concreción de la muerte, que ejerce desde la abstracción.  O, en otras palabras, la muerte es el origen del miedo. Nos pueden dar miedo cosas aparentemente no ligadas con la muerte, como que una persona que queremos nos rechace, pero no será difícil para cualquier psicólogo ligar esto a la muerte. (¿Si realmente supiéramos que somos inmortales podría existir el miedo?). Este miedo psicológico que es una pululación invisible, alimentado por una conceptualización mental, solamente existe en la medida en que nos identificamos con un yo individual, finito, fijo (es decir, que se cree permanente) y separado, el cual puede ser rechazado, el cual puede quedarse fuera de algo y para el cual el cambio es visto como una amenaza contra su integridad. Y quizás este miedo  no sea tan distinto del que ocurre cuando vemos una serpiente y se echa a andar un mecanismo de autopreservación. En ambos casos, lo que opera es un hábito de autopreservación; en el caso del miedo que hemos llamado psicológico, se trata del ego que busca preservar intacta la identidad que ha construido.
La historia del Génesis bíblico nos explica un origen conjunto del miedo y de la muerte. Después de probar la fruta del Árbol del Conocimiento (el Daat), de la cual se advierte que causará la muerte, Adán y Eva también prueban el miedo, al saberse desnudos y buscar esconderse de Dios. Evidentemente existe un gran contenido simbólico en este texto y no debe tomarse literalmente. La explicación cabalista de esta escena primordial en el paraíso es bastante compleja y no es el momento para ahondar en ella, pero una interpretación interesante tiene que ver con que el acto de comer el fruto de este árbol, que otorga el conocimiento del bien y el mal, no es el resultado del engaño de la serpiente, sino de un error de percepción. Del error que origina todos los errores y todo la cadena necesaria de sufrimiento y redención1: creer en la dualidad, creer en que existe una entidad autónoma que puede morir y por lo tanto estar separada de la unidad primordial de la cual es un símbolo el estado edénico. El error de percepción, nos dirían los cabalistas, de ser dos y no Dios. No ver que el Árbol de la Vida tiene la misma raíz que el Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal (y que por lo tanto son el mismo). Esta sería la verdadera caída del hombre del estado de gracia edénica al exilio fragmentario del mundo. 
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Imagen: William Blake
David Chaim Smith en su libro The Kabbalistic Mirror of Genesis se refiere al Árbol del Conocimiento como el Árbol de la Dualidad, el árbol que desata un proceso de separación y de identificación con los conceptos reificados de la mente. Escribe:
La muerte es la quintaesencia del axioma dualista. Es el corazón del engaño que lleva la ilusión de final y separación. Si creemos en la muerte debemos también creer en el nacimiento. Creencia en el nacimiento significa que se ha puesto fe en la idea de que los estados del ser pueden realmente ser autónomos y discretos. Si se cree que un ser puede existir separadamente, entonces esta fe en la ilusión de la sustancia y de la realidad sustancial hacen de las cosas un caso cerrado. La consecuencia de esta creencia es que cuando las apariencias superficiales se disuelven, entonces se acaba nuestra continuidad. La conclusión es que la vida realmente es sólo como aparenta ser en su sentido más superficial: separada, fragmentada y aleatoria.
Aquí podemos empezar a esclarecer la tesis que intento desarrollar. La terrible influencia de la muerte es tal sólo cuando se concibe como algo distinto a la vida, en permanente conflicto con ella, y como algo cuya esencia es separar (hasta que la muerte nos separe, se dice). La historia del sufrimiento ligado a la muerte sólo puede explicarse dentro de una visión dualista del mundo. La muerte sólo es tal cuando concebimos que todo lo que somos es una entidad única que entra en completa identidad con un cuerpo por un breve momento y desaparece cuando ese cuerpo deja de poder sostener su conciencia. Ciertamente nuestro cuerpo no deja de existir en el instante en el que nosotros supuestamente morimos, sino que se empieza a degradar y se transforma e incorpora a otros cuerpos. ¿Quién muere? ¿Quién existe ahí para que pueda morir? Si todo lo que somos es una conciencia individual que nace –aparentemente de la nada, puesto que no hay nada previo que recordemos–, habita un cuerpo momentáneamente  y luego desaparece para siempre, somos entonces solamente un fantasma, una aparición, un parpadeo. ¿Cómo diferenciar este tipo de existencia de una alucinación? ¿Cómo saber que ese yo no es solamente una ilusión de usuario que se genera en la máquina de procesamiento que es nuestro cuerpo, entre el vértigo de impresiones sucesivas? Y, ¿dónde está ese yo que atestigua y percibe los objetos, quién lo puede ubicar?
Los diez sefirots-david-chaim
Image: David Chaim Smith
Los diez sefirots son un sistema de percepción de la unidad inmanente en la creación.
Las cosas serían distintas si, acaso, no fuéramos solamente un ego que aparece y se consolida en un cuerpo y construye con la persistente reificación de sus conceptos una realidad en la que todas las cosas están separadas entre sí. Consideremos que tal vez todas las cosas, todos los llamados objetos, no están realmente separados de nosotros, no tienen existencias independientes de nosotros (ni nosotros de ellos) sino que es nuestra habitual conceptualización de las cosas las que nos hace percibirlas como entidades separadas y ver los fenómenos como distintos de nosotros. A fin de cuentas, es nuestra mente la que les otorga su naturaleza de objetos; no podemos afirmar que su esencia, su cosa-en-sí, sea la de un objeto independiente de nuestra percepción. Lo que se rompe con el llamado “pecado original”, nos dice David Chaim Smith, es la unidad o el matrimonio (zivug) entre “la moción perceptual y el espacio fenoménico básico”. Este es el estado paradisiaco, según la cábala, la unidad entre sujeto y objeto, entre la luz y el espacio: ser aquello que vemos, apertura e interpenetración ontológica total.   
Anteriormente dije ¿si realmente supiéramos que somos inmortales podría existir el miedo? Lo que realmente quería decir era ¿si realmente supiéramos que somos todo(s) podría existir el miedo? Corrijo, creo que la raíz del miedo viene de nuestra creencia en la separación como sustancia de la realidad. La división es la raíz del miedo (lo que es igual a la ilusión de la muerte). El siguiente pasaje, tomado de la lectura Kabbalah Unveiled de Manly. P Hall, me parece que nos ayudará a entender esta visión no-dual de la vida y arribar también a la idea de transformación como el verdadero significado de la muerte:
Cuando vemos que el Dos emerge del Uno, en la teoría pitagórica, no podemos decir que ahora existen dos unos, debemos decir que la existencia es ahora Una en términos de mitades. El poder creativo universal se divide dentro de sí mismo, pero él mismo nunca se divide, la multiplicidad emerge dentro de la unidad pero no se impone a ella[...]
La creación existe en infinita diversidad dentro de la unidad pero la unidad nunca es dividida. Por esto la suma de las partes es siempre uno. Nunca puede ser más o menos[...] 
Por esto, el Zohar afirmó tempranamente que no existe la muerte, la muerte es sólo una alternancia infinita en la composición de los fragmentos, patrones que están permanentemente mutando, desapareciendo y reapareciendo. Pero la desaparición no es hacia la muerte sino hacia la vida; y  la aparición no es desde la muerte sino desde la vida.  La única razón por la cual algo puede nacer es porque todo está vivo; la única razón por la que la inmortalidad es posible es porque nada puede morir en un universo en el que sólo existe Una Vida. El budismo toma el punto de vista de que el desenlace es reunirse con la totalidad. La filosofía occidental ha asumido una infinita continuidad de la individualidad dentro de esta Vida.
La muerte, entendida así, no tiene una existencia absoluta, sino solamente como un grado de vida, una fase más dentro de la energía (“que no se crea ni se destruye”) que es la vida. No es una presencia todopoderosa, invisible y aniquiladora, sino una contracción de una fuerza universal infinita. No es que nosotros seamos inmortales, tú o yo, como individuos, sino que la Vida es inmortal, porque es una sola, es todas las vidas, es todas las cosas. Fluyendo, ardiendo, respirando, pulverizándose.  Según reza el I-Ching, sólo hay una cosa que no cambia, el cambio mismo. Eso que no cambia, cambiando en todas las cosas, sería la vida.
La serpiente que en la historia del Génesis presenta la posibilidad de la fruta de la dualidad es desde tiempos inmemoriales el símbolo de la sabiduría y también del cambio, de la transformación alquímica. Escribe David Chaim Smith: “La gnosis abraza el peligro de la transformación mientras que el estado inferior le rehuye”, esta es la volatilidad de la serpiente que también simboliza en su enrollamiento y desenrollamiento el movimiento de la energía en forma de ondas y el potencial creativo siempre latente. La naturaleza de las cosas es “la agitación constante”. Nada permanece, es por esto que emerge un conflicto entre “la asunción de la solidez” del ego fijado en el cuerpo como quien coloca un ancla en una tempestad (y esa tempestad es el estado continuo de las cosas) y “el fuego del cambio que todo lo consume”. De aquí que se produzca el sufrimiento, que es la fricción entre el deseo de solidez y permanencia de la mente ante la volatilidad transformativa del mundo simbolizada en la serpiente.
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Se dice comúnmente, haciendo alarde de perspicacia, que estamos muriendo todo el tiempo. Esto parece ser cierto (entendiendo a la muerte como transformación), pero habría que incluir que estamos naciendo todo el tiempo y no sólo nosotros, el mundo en su totalidad. Una de las ideas principales que puede encontrarse en diferentes tradiciones místicas, es que el Génesis no ocurrió en un pasado distante, en un punto hasta la izquierda en una  gráfica lineal, un punto que ha sido rebasado y al que jamás regresaremos. La creación, la misma creatividad que es la raíz de todas las cosas, es presencia pura. Como explica David Chaim Smith, la primera palabra del Génesis en hebreo “B’reshit” se refiere a un estado continuo de devenir, es “naturaleza dinámica de la creación que presenta posibilidad total”. El principio es esencialidad perpetua en movimiento, actualizándose cada instante. Samuel Beckett escribió que “la creación del mundo no sucedió de una vez y para siempre, sino que sucede todos los días”. El egiptólogo y alquimista, R. A. Schwaller de Lubicz construyó todo un sistema filosófico alrededor de la percepción de esto que podemos llamar el instante cosmogénico del cual son eco todos los instantes. “El tiempo es génesis”, dice De Lubicz, porque todo está “en proceso de generación hacia su fin”. Jung en su estudio de la alquimia como un proceso psicológico nos dice que lo que hacían los alquimistas en sus alambiques y retortas era sobre todo una recreación de la cosmogénesis original, el fiat lux que se volvía perceptible en su esplendor a través del sistema de percepción y purificación psíquica con el que fue cifrado el trabajo hermético. (De Jung también podemos rescatar el concepto de conjunción de los opuestos como vía regia para la alquimia del ser. Una conjunción nunca más apropiada que entre la vida y la muerte).
Una de las frase más citadas de Einstein viene a colación, especialmente porque fue escrita como condolencia ante la muerte de uno de sus más queridos amigos, Michel Besso. “Ahora él se ha ido antes que yo de este extraño mundo. Esto no significa nada. Personas como nosotros, que creemos en la física, sabemos que  la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una persistente ilusión”. Más allá de que Einstein pueda ser considerado una autoridad en este tema (o que haya ideado la frase para satisfacer a la familia Besso), la frase coincide perfectamente con lo que estamos tratando de mostrar aquí. Si no existe diferencia entre el pasado, el presente y el futuro,  entonces la creación necesariamente está ocurriendo en el presente –y  todos los momentos están insondablemente contenidos en este momento, que es el único. Aquí de nuevo entramos en esa popular afirmación de la espiritualidad contemporánea que traduce este concepto del génesis perpetuo al concepto un poco más lite de estar en el presente o vivir en el momento como el secreto más sencillo e importante del desarrollo personal.  Este sentimiento puede ser ilustrado en la siguiente cita de Alan Watts, uno de los responsables en divulgar la filosofía zen en Occidente:  ”Me he dado cuenta de que el pasado y el futuro en realidad son ilusiones, de que existen en el presente, el cual es aquello que es y todo lo que hay.”.
Para terminar –sabiendo que esto es interminable (me refiero al tema)– quiero aclarar que lo anterior no intenta ser una desvalorización de la muerte. Al contrario, cuando la muerte es entendida como un pequeño portal de transformación perpetua, su naturaleza pura se revela como el abismo radiante de los místicos. Y también como la oportunidad apremiante hacia la que se mueve toda filosofía. Veámosla, bajo el ejemplo socrático, no sin resonancias del Génesis, como la fruta del conocimiento, o el momento de la fructificación del conocimiento que hemos cultivado: la filosofía es una “meditación sobre la muerte”(meletē thanatou), un “aprender a morir antes de morir”. Este aprender a morir antes de morir es lo que hizo que Sócrates marchara tranquilamente a su propia muerte, eligiendo la integridad de su conciencia, libre del miedo. Como indica en el Fedón: «Así pues, es cierto que quienes, en el sentido exacto de la expresión, se tienen por filósofos se ejercitan para morir, y que la idea de estar muertos no resulta para ellos, motivo de espanto”. 
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Ver la muerte como la intensificación del cambio que es la naturaleza esencial de las cosas nos acerca a la alquimia, que puede ser definida como la ciencia del cambio, o el arte de la transmutación de la materia en espíritu. Y recordemos que en la alquimia, la muerte, el estado de nigredo, es apenas la primera instancia en la gran obra, más que el final es la fundación, la piedra angular. Veámosla bajo esta luz, como la vio Sir Thomas Browne:
Por ello he rechazado todas las estrictas definiciones que hablan de la muerte como “privación de la vida”, “extinción del calor natural” o “separación del cuerpo y el alma”, y me he formulado una nueva definición hermética que se acomoda a mis propias convicciones:est mutatio ultima qua perfictur nobile ilud extractum microcosmi, pues para mí, que considero las cosas desde un punto de vista experimental y natural, el hombre no es sino una transformación, una fase preparatoria para el último y glorioso elixir que yace aprisionado tras las cadenas de la carne.
Un cambio de paradigma hacia la muerte como la posibilidad de la “mutación perfecta” podría hacernos vivir una experiencia más continua, más fluida, menos dual, menos víctima de corrientes inconscientes, libres del miedo que “devora las almas”. Abrazando la existencia como unidad. Hasta que la muerte nos una con la totalidad. Abrazando el cambio de cada momento como el ensayo para ”la ultima mutación por medio de la cual se perfecciona lo noble que se extrae del microcosmos”. 
 Veámosla como la mariposa que simboliza a la diosa Psique, la crisálida del alma: 
What the caterpillar calls the end of the world, the master calls a butterfly.
-Richard Bach
Eso que para la oruga es el fin del mundo, para aquel que alcanza a percibir más allá de la dualidad es una mariposa, el vuelo triunfal de la vida. El arco iris que simboliza la persistencia del paraíso como la realidad subyacente. Rilke escribió: “Morir es trabajo duro y está lleno de recogimiento antes de que uno pueda gradualmente sentir un trazo de la eternidad”. Ese trabajo duro es fundamentalmente un trabajo de percepción, de aprender a percibir la vida en la muerte, de ver la unidad en la diversidad.
Twitter del autor: @alepholo 
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1. “la cadena necesaria de sufrimiento y redención…” : La gematria, el valor numérico de la palabra que se utiliza en la Biblia para la serpiente es el mismo que el de la palabra para “mesías”. “La conexión entre estas dos palabras lleva a la conclusión que la fuente exotérica del mal absoluto y la redención total son de igual naturaleza. ¿Puede algo afirmar la visión mística más claro? El principio que repara el daño espiritual habita en el corazón de las tensiones y conflictos básicos de la vida”. ( The Kabbalistic Mirror of Genesis,  p.154)





http://pijamasurf.com/2015/11/la-muerte-como-transformacion-y-no-como-final/

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