17 de enero de 2014

La enfermedad del “corto-placismo”

Cómo “el fin de la historia” está precipitando el fin del planeta



Fue ampulosamente descrito como el “fin de la historia”. El colapso del comunismo y la victoria del liberalismo hacia fines del siglo XX parecían sugerir que los grandes conflictos ideológicos de épocas anteriores habían llegado a su fin. Se conformó un nuevo y poderoso consenso en torno a la noción de que el capitalismo de mercado era la única forma de organizar la economía y de que la democracia era la única forma de organizar la vida política. Ese era el famoso slogan de Margaret Thatcher: No hay ninguna alternativa (TINA por sus siglas en inglés).

Por supuesto, algunos líderes no se adhirieron al nuevo consenso—en Beijín, Teherán, Harare y Riad—pero estosoutliers (personas con valores atípicos) se encontraban claramente del lado incorrecto de la historia. Era solo una cuestión de tiempo antes de que todo el mundo luciera, más o menos, como Bruselas. La burocracia pueda ser insulsa y aburrida pero era mejor que la guerra, el genocidio y el violento choque de puntos de vista antagónicos.

Casi un cuarto de siglo después, el panorama es de algún modo diferente. Los outliers han perdurado bastante en Beijín, Teherán, Harare y Riad. La permanencia de los movimientos nacionalistas y varias formas de extremismo religioso sugiere, además, que la historia aún no ha dejado de estar en escena.

Pero el desafío real no provino de afuera del modelo victorioso de democracia de libre mercado, sino que proviene de adentro. TINA se ha

convertido en lo que podría ser una enfermedad fatal.

De muchas formas, la flexibilidad del capitalismo y la democracia ha resultado ideal para el acelerado cambio tecnológico de nuestros tiempos de Twitter, citas rápidas y televisión satelital. Pero en el centro de la democracia de libre mercado radica un gran defecto. Nuestros políticos y banqueros pueden lidiar con la gratificación instantánea. Sin embargo, parecen incapaces de lidiar con los problemas a largo plazo. En pocas palabras, están infectados con una enfermedad tan astuta y ponderosa que ellos ni siquiera se dan cuenta que la tienen: la enfermedad del “cortoplacismo”.

Divisiones de campaña e ideológicas

Consideremos, por ejemplo, el problema de las elecciones democráticas. En Estados Unidos, los miembros de la Cámara de Representantes casi no tienen tiempo para enfocarse en la legislación. Durante su mandato de dos años, prácticamente tienen que pasarse todo el tiempo recaudando dinero para la próxima elección. El problema es sólo un poco mejor para el presidente, quien tiene una ventana de oportunidad de 18 meses para impulsar leyes importantes antes de dedicar toda su atención a la próxima campaña.

Hacer campaña es sólo uno de los efectos secundarios de la enfermedad del “cortoplacismo”. Dado la necesidad de pensar en términos de intereses partidarios, rara vez los políticos se sientan a negociar con otras líneas ideológicas para abordar los problemas de interés nacional. Se supone que instituciones como la Corte Suprema, con nombramientos vitalicios, son un freno al cortoplacismo de las políticas democráticas. Pero a menudo, los tribunales reflejan las pasiones políticas del momento –o aun peor, las del presidente que los nombró– en vez de mirar a largo plazo.

Las preocupaciones a corto plazo de los políticos, ya sea que se centren en financiar sus campañas electorales o enriquecerse a costa del dinero público, han desatado protestas en todo el mundo: en Bulgaria, Egipto, Turquía, Brasil y más. Incluso en Estados Unidos, el epicentro de la “promoción de la democracia”, el índice de desaprobación acaba de alcanzar un récord del 83%.

La respuesta frente a esta caída del apoyo público a las elites políticas ha sido invariablemente: “necesitamos liderazgo” o “necesitamos políticos con visión”. En otras palabras, nuestros políticos democráticos no han ido más allá de las demandas políticas a corto plazo para ofrecer políticas transformadoras que superen el remedio rápido.

Cortoplacismo económico

No se trata sólo de la política. La economía capitalista también es impulsada hacia la ganancia a corto plazo. Durante una adquisición hostil, un “saqueador” corporativo se hará cargo de una firma moderadamente rentable y despedirá a una gran cantidad de empleados para aumentar el margen de ganancia. A menudo, la compañía “secuestrada” colapsa, pero no antes de que unas pocas personas obtengan mucho dinero rápido durante la negociación. De igual modo, a los agentes que diseñaron los nuevos instrumentos financieros, como por ejemplo las hipotecas de alto riesgo, que sentaron las bases para la crisis financiera de 2008, poco les preocupaba los efectos de su innovación a largo plazo. Solo veían un futuro de alto riesgo con ganancias a corto plazo.

En la economía, también, hay excepciones, por ejemplo, las inversiones a largo plazo en fondos de pensión o el dinero de Seguridad Social. Sin embargo, cada vez más inversores quieren explotar estos recursos de capital y “comercializarlos”: es decir, someterlos más a las ganancias a corto plazo (o pérdidas).

De acuerdo con la teoría económica y política, la cantidad de algún modo produce calidad. Gracias a la magia del mercado y a los múltiples niveles de gobernabilidad democrática, el electorado y los inversores actúan a favor de su propio interés a corto plazo y, por tanto, provocan políticas o tendencias colectivas que se suman a la estabilidad económica y política y, en última instancia, al progreso.

En teoría, suena bien. Pero en la práctica, nuestras instituciones políticas y económicas han demostrado ser particularmente incapaces de lidiar con problemas a largo plazo tales como el cambio climático, la desigualdad en los ingresos y la proliferación de armas peligrosas. Los políticos están sometidos a los intereses a corto plazo de los intereses de los grupos de presión (empresas mineras, por ejemplo). Y los actores del mercado han ayudado a exacerbar estos problemas a través del crecimiento económico insostenible, suba de salarios para los CEOs y el crecimiento acelerado de mercados para armas rentables.

Construcción de una planificación a largo plazo

En Estados Unidos, existen dos esfuerzos paralelos para construir una planificación a largo plazo en un sistema que parece ser mortalmente adicto al “cortoplacismo”. En la esfera política, muchas comunidades están experimentando con la “democracia deliberativa”, en la cual los ciudadanos se reúnen para llevar a cabo debates más largos e informados sobre cuestiones políticas que después plasman en debates más amplios sobre opciones políticas.

En la esfera económica, el gobierno de Obama ha intentado incrementar el rol de la interacción entre el gobierno y la economía, a través de estímulos al gasto, un sistema de salud universal, la regulación de la industria bancaria y más. Este enfoque más convencional confía en que el gobierno imponga una perspectiva a largo plazo en una economía propulsada por la ganancia a corto plazo.

El tema es que la magnitud de los problemas que enfrentamos actualmente es enorme. Debemos preguntarnos si a esta altura nuestro sistema puede ser alterado lo suficiente como para evitar que el mundo sufra un daño ecológico irreversible. A medida que las temperaturas suben y las aguas hacen desaparecer islas y costas, muchos pueden verse tentados por las promesas de los dictadores “verdes” que imponen soluciones a largo plazo en poblaciones desesperadas.

En 1989, contemplamos con suficiencia el “fin de la historia”. Pero ahora, precisamente por el triunfo de un modelo infectado con la enfermedad del “cortoplacismo”, podríamos estar obligados a contemplar un destino mucho peor.
Por John Feffer*
John Feffer, miembro de la Open Society, se encuentra de licencia en su puesto como co-director de Foreign Policy In Focus.

Traducción: Florencia Albertelli


http://www.lagranepoca.com/29611-enfermedad-del-corto-placismo

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