Matthieu Ricard, autor del libro “Felicidad”.
Con 256 electrodos sobre su cabeza afeitada, el francés Matthieu Ricard esboza la misma y natural sonrisa que lo acompaña donde quiera que vaya. Su corteza prefrontal izquierda, una zona del cerebro especialmente activa en las personas con pensamientos positivos, muestra una actividad fuera de cualquier parámetro de normalidad.
Como biólogo molecular, y aunque él mismo tiende a restarle importancia al asunto, Matthieu reconoce el significado de los resultados arrojados por la resonancia magnética cerebral: según la ciencia, su estado mental solo podría corresponder al del hombre más feliz del planeta.
El cerebro feliz
Dentro de una cápsula especial, investigadores de la Universidad de Wisconsin miden las ondas cerebrales de una variedad de sujetos sometidos tanto a estímulos
agradables como desagradables. Gente corriente, meditadores entrenados, materialistas extremos; todos muestran distintos patrones de actividad cerebral.
Años de estudios llevaron a los científicos a discernir con gran precisión que la actividad del córtex prefrontal izquierdo se encuentra estrechamente relacionada con el sentimiento de bienestar de las personas, mientras que los estados emocionales negativos hallan su reflejo en la zona prefrontal derecha.
“Si ves una película cómica, vas a tu lado izquierdo; si te sientes feliz por algo, te mueves más hacia la izquierda”, dice el biólogo Matthieu Ricard, haciendo referencia a las áreas cerebrales donde se centra la actividad. “Si tienes un ataque de depresión, vas a tu lado derecho”.
Haciendo referencia a un estudio realizado con la colaboración de personas, Ricard concluye: “En resumen, gente que tiene más actividad en el lado derecho de la corteza prefrontal es más depresiva, retraída, no se caracterizan por tener afecto positivo. Lo opuesto está en el lado izquierdo: más tendencia al altruismo, a la felicidad, a la expresión, la curiosidad, etc.”
Para asombro de los científicos, los estudios de años revelaron un claro patrón en aquellas personas que poseían más “cerebros felices”. No eran las que más logros económicos o materiales habían alcanzado en la vida, sino un grupo radicalmente opuesto: monjes tibetanos y meditadores profesionales.
El “estado de flujo” y el cerebro de los meditadores
Mientras el rango de actividad cerebral experimentado por los científicos se establece entre 0,3 grados derechos (muy infeliz) a 0,3 izquierdos (muy feliz), Matthieu Ricard es capaz de alcanzar hasta 0,45 grados izquierdos de actividad durante el trance contemplativo. En términos simples, el monje estableció un “récord” en el campo de la felicidad solo gracias al arduo ejercicio de la meditación contemplativa. Sin lujos ni dinero, sin mujeres hermosas o estatus social. Básicamente, sin nada.
Sometidos a un exhaustivo experimento con escáneres cerebrales, un grupo de meditadores de larga trayectoria que realiza un tipo de contemplación enfocada en la compasión, logra transformar la anatomía de su cerebro de maneras sorprendentes:
1. Aumentan los niveles de emoción positiva en el córtex prefrontal izquierdo.
2. Disminuyen la actividad en el lóbulo prefrontal derecho, relacionado con la depresión.
3. Disminuyen la actividad de la amígdala cerebral, una región relacionada con el miedo y la ira.
4. Incrementan la duración y profundidad del estado de atención.
Los científicos concluyen que la compasión surgida de ciertos tipos de meditación actúa como un bálsamo para las emociones, serenando la mente y logrando un estado de bienestar distinto al placer fugaz que se experimenta con comidas deliciosas, relaciones sexuales o sesiones de masajes. Básicamente, la felicidad de los meditadores consistiría en un estado de ausencia de temor y un pleno control de las emociones.
“Algunos meditadores son capaces de controlar su respuesta emocional más de lo que se pensaba”, explica Ricard refiriéndose a los llamados experimentos de sobresalto. “Sientan a alguien en una silla con todo tipo de aparatos que miden su fisiología, y hacen estallar una especie de bomba. La respuesta es tan instintiva que, en 20 años, no hallaron a nadie que no brinque. Algunos meditadores (...) son capaces de no moverse en absoluto”.
“El punto de esto no es montar un espectáculo de circo (...)”, continúa el biólogo, “sino para mostrar que entrenar la mente importa. No es un simple lujo, ni un suplemento vitamínico para el alma, sino algo que va a determinar la calidad de cada instante de nuestras vidas”.
De manera homónima, el común de las personas experimenta el llamado “estado de flujo”, durante ciertas etapas de actividad intelectual o física, un sentimiento de felicidad que arroba a la mente cuando esta se enfrasca de lleno en lo que está haciendo.
Según el Dr. Daniel Goleman, reconocido internacionalmente por su desempeño en el campo de la psicología, el estado de flujo es una “experiencia magnífica”. “El sello del flujo es una sensación de deleite espontáneo, incluso de embeleso. Debido a que el flujo provoca una sensación tan agradable, es intrínsecamente gratificante”.
De acuerdo con Goleman, la gente queda tan absorta en estado de flujo, que su atención y su conciencia “se funden con sus actos”.
El científico cita el ejemplo de un cirujano quien realizaba una operación desafiante en estado de flujo. “Cuando concluyó la operación vio un montón de cascotes en el suelo de la sala de operaciones y preguntó que había ocurrido. Quedó sorprendido al enterarse de que mientras el estaba tan concentrado en la operación, se había derrumbado parte del techo... y él no se había dado cuenta de nada”.
A diferencia de lo que pensaban los neurólogos hace unos años, cuando la mente más enfocada se encuentra en una tarea, como en el estado de flujo, menos actividad cerebral se produce y más el cerebro parece calmar el “ruido neuronal” que tenemos cuando los pensamientos divagan. Es un estado similar, aunque más fugaz, al que desarrollan aquellos que meditan con cierta frecuencia.
La felicidad, según concluyen los estudios científicos, es un estado no alcanzable mediante ninguna forma material, sino más bien una consecuencia del desapego emocional y la contemplación compasiva del universo. Más ligada al altruismo que al egoísmo. A lo espiritual, que a lo material.
“Estamos dispuestos a pasar 15 años recibiendo educación”, concluye Matthieu Ricard, “nos encanta correr, hacer ejercicios, hacemos todo tipo de cosas para mantener la belleza. Sin embargo, es sorprendente ver el poco tiempo que dedicamos a cuidar lo que más importa: la manera en que nuestra mente funciona, que es lo que finalmente determina la calidad de nuestra experiencia”.
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