En el lenguaje más simple, somos seres espirituales encarnados en forma humana.
Necesitamos recordar nuestro código postal además de nuestra naturaleza de Buda. Cualquier psicología que niegue nuestra naturaleza espiritual no puede ayudarnos a satisfacer nuestro más profundo potencial. Pero para que sea verdadera y completa, una psicología espiritual debe también honrar nuestra encarnación humana en el cuerpo, los sentimientos, la sociedad y la propia Tierra. Somos criaturas de esta paradoja, esta interpretación de la forma y el vacío.
Por tanto, nuestra existencia también tiene una dimensión universal y otra personal. Esta paradoja psicológica se denomina las Dos Verdades. A veces, estas dos dimensiones, o dos verdades, se traducen equivocadamente como lo –absoluto- y lo –relativo-. Esta traducción errónea induce a pensar que lo absoluto o universal tiene un valor superior que lo relativo o personal, pero en realidad son dos aspectos complementarios de la realidad. Para el despertar es esencial llegar a comprender
las dos dimensiones, la universal y la personal.
Nuestra vida tiene una naturaleza universal y una naturaleza personal. Debemos respetar las dos dimensiones si queremos ser felices y libres.
LA DIMENSIÓN UNIVERSAL
Experimenta este mundo como una burbuja, una ola, una ilusión, un sueño. –El Dhammapada-
La dimensión universal es el panorama completo. Cuando recordamos la ausencia de identidad de todas las cosas, vemos nuestra vida con perspectiva. La dimensión universal nos recuerda que todas las cosas en la Tierra son transitorias, temporales, que surgen del vacío y después desaparecen.
Las personas que están a punto de morir se enfrentan a esta verdad. Cuando Michele, una praticante budista, estaba muriendo de cáncer y su cuerpo se estaba consumiendo, me dijo: “Mientras meditaba el otro día, comprendí claramente que yo no soy mi cuerpo. Pero hoy me he dado cuenta de que tampoco soy todas las ideas que tengo sobre mí misma. Nadie lo es. Tenemos muchas ideas los unos de los otros basadas en nuestra edad, nuestra personalidad, historia; sin embargo, son temporales, solo actuamos de esa manera durante un tiempo”. Michele estaba abierta a la sabiduría de la perspectiva universal.
La nobleza se manifiesta cuando se pronuncia esta verdad. “Los elogios y las críticas, la ganancia y la pérdida, el placer y el dolor están siempre cambiando. Daos cuenta de que nada permanece. Eso os permitirá ver con perspectiva vuestros éxitos y vuestros fracasos”. Ajahn Chah decía esto para alentarnos. Su perspectiva no era nihilista –no estaba diciendo que la vida no tiene importancia-, sino muy práctica. Cuando en el monasterio la comida era frugal o no estaba buena, cuando las lluvias monzónicas parecían interminables, cuando las noticias del mundo traían dolor, cuando algunos monjes enfrentaban algún conflicto, Ajahn Chah nos ofrecía una perspectiva más universal.
“No estamos aquí solo para obtener placer y evitar el dolor”, decía. “Nadie puede hacer esto durante mucho tiempo, ¿verdad? Estamos aquí para crecer en sabiduría y compasión, para avanzar en el camino del despertar. Solo con recordar esta verdad universal, todo se vuelve más fácil”.
Desde la perspectiva universal, todo lo que nace finalmente muere. La muerte les llega a nuestros mejores amigos y a los miembros de nuestra familia, a veces incluso a los niños. Cuando atravesamos un duelo, nos unimos al duelo universal por todos aquellos que han muerto. Esto no es una tragedia; es sabiduría.
Desde la perspectiva universal, la vida es tanto más valiosa y bella porque es efímera.
Carla necesitó la misma sanación universal cuando perdió a su mejor amigo en un accidente de coche en el que también ella resultó herida. Se había pinchado el neumático del coche que circulaba por delante. No había sido culpa de nadie. La muerte llegó de improviso. Carla necesitaba atravesar el duelo, curarse, rehacer su vida. A lo largo de los meses, sus meditaciones le ayudaron a superar la pena. Gracias a la práctica budista, Carla empezó a reflexionar sobre la naturaleza universal del nacimiento y la muerte. Vio de qué manera la muerte le sucedía a todo el mundo, tanto si se la esperaba como si no. Esto le ayudó a sobreponerse al trauma y al dolor y a empezar de nuevo.
Sin una perspectiva general, los cambios inevitables de la vida pueden abrumarnos. Pero cuando perdemos un trabajo o cuando conseguimos un ascenso, cuando se acaba una relación, cuando tenemos un nieto, cuando nos enfermamos o cuando nos curamos, no se trata de algo simplemente personal.
Es la danza de la vida, esta perspectiva amplia es especialmente importante en las crisis más extremas.
Hace poco compartí con Pema Chödrön un encuentro de una tarde para impartir enseñanzas en San Francisco. En el periodo de preguntas, una mujer se refirió al suicidio de su pareja hacía algunas semanas. La crudeza de su dolor transmitía angustia. Pema empezó hablando de la necesidad de compasión. Después yo añadí algunas técnicas para ayudarla a liberarse de la culpa y a encontrar el perdón. A continuación pregunté cuántas otras personas entre las tres mil presentes en el auditorio habían experimentado la pérdida por suicidio de un familiar o de un ser querido cercano. Casi trecientas personas se levantaron. Sugerí a la desconsolada mujer que mirase a su alrededor y sintiera la comprensión y el apoyo que ellos le ofrecían. La habitación se quedó en silencio. Fue un momento poderoso que compartimos todos lo que estábamos allí.
Cuando trabajo con padres que han perdido a sus hijos, los envío a grupos de padres que han pasado por ese duelo. Necesitan estar con otros que han sobrevivido a una pérdida tan dolorosa, aprender que a veces, no importa lo que hagamos en esta vida, los hijos mueren. Cuando trabajo con ex combatientes de guerra, con supervivientes de suicidios o con personas anoréxicas, les recomiendo que se pongan en contacto con otras personas que tengan en común con ellos esta experiencia. Cuando compartimos nuestros sufrimientos, recordamos que ya no se trata de “mi” o de “suyo”, sino de “nuestro”. Tanto la perspectiva budista como la psicología occidental entienden el poder de sanación desde la perspectiva universal.
LO SAGRADO DE LA FORMA
Enséñanos a ocuparnos y a no preocuparnos. (T.S. Eliot)
Si le dices a una maestra zen que todo es como un sueño, tomará su bastón y te dará en la cabeza. Entonces te preguntará: “¿Es esto un sueño?”. Centrarse solo en la perspectiva general no es suficiente. Debe honrarse también la forma. Una psicología madura requiere que veamos la vida desde múltiples perspectivas. Ajahn Chah enseñaba esto cuando mostraba su mano plana totalmente abierta y explicaba que puedes sostener cosas en la palma de tu mano cuando ésta está abierta, pero que su uso es limitado. De forma similar, si la cierras del todo, puedes agarrar cosas, pero su uso es también muy limitado. Gracias a que podemos abrir y cerrar la mano en respuesta a las circunstancias, nuestra mano nos es útil.
A veces las personas cometen el error de apegarse a la dimensión universal. Como una mano que estuviera siempre abierta, esto es un problema. Los textos budistas dicen que la forma surge del vacío y que, sin embargo, el mundo de la forma se debe abordar de acuerdo a sus condiciones. A veces se hace referencia a esto con la expresión talidad. Las cosas son tal como son.
Desde la dimensión universal, tenemos que volver al mundo de la forma y de lo concreto, sin quedarnos atrapados en él.
En una ocasión vino a ver a Ajahn Chah un hombre del pueblo para pedirle ayuda para una mujer que había perdido la cabeza. En Occidente habríamos dicho que estaba maníaca o que deliraba. Durante varios días había estado profiriendo obscenidades frenéticamente mezcladas con enseñanzas budistas sobre el vacío, corriendo de un lado a otro, despierta toda la noche y molestando a todo el mundo. Muchos vecinos del pueblo creían que la había poseído un espíritu maligno. Ajahn chah dijo que la vería.
Pidió a sus monjes que cavasen rápidamente un gran hoyo en la tierra cerca de donde él se sentaba. Otros monjes hicieron una hoguera. “Poned a calentar una gran olla con agua”, dijo. Enseguida llegó un grupo de hombres y mujeres arrastrando a la pobre mujer hasta él y pidiéndole que la liberase del espíritu maligno.
Ajahn Chah intentó hablar con ella, pero la mujer siguió gritando obscenidades y farfullando sobre el vacío y otras cosas sin ningún sentido. Ajahn Chah dijo a los monjes que se diesen prisa avivando el fuego y que cavasen el hoyo más profundo. Explicó que la única manera de librarse de aquel espíritu era metiendo a la mujer en el hoyo, tirándole el agua hirviendo encima y enterrándola. Con eso lo conseguirían, dijo. Mientras el agua se calentaba, les indicó: “Dentro de un minuto ya podréis meterla”.
De repente la mujer se tranquilizó y se volvió dócil. Permaneció sentada y habló un poco con Ajahn Chah. El indicó a la mayoría de la gente que se marchase y empezó a preguntar a la mujer qué le había ocurrido, atendiéndola con verdadera compasión. Escuchó toda la historia que ella le contó. Más tarde explicó a los supersticiosos vecinos que el miedo a morir abrasada la había liberado del espíritu maligno. En realidad, lo que había conseguido, nos contó a nosotros, era despertar su espíritu de supervivencia. Después pudo escucharla y orientarla hacia la ayuda que necesitaba.
Esto no quiere decir que semejante intervención radical sea correcta en nuestras circunstancias. Dentro de su contexto cultural, Ajahn chah era una especie de chamán. Sabía que algo en la vida de esta mujer tenía que morir. Como él sabía que la forma es vacío, podía actuar dentro de ella de manera intuitiva y sabia. Sin embargo, nunca olvidaba la importancia de honrar las realidades tangibles del mundo.
En cierto nivel, todo es como un sueño. En otro, lo que hacemos tiene una inmensa importancia.
Cuando volví a Estados Unidos después de estar varios años en el monasterio, un retiro de silencio de un año, me encontraba perdido en el lado universal. Mi mente estaba silenciosa y vacía, y todo tenía la apariencia de un sueño. Desde esta perspectiva, el mundo occidental me parecía frenético y compulsivo. Era un mundo terriblemente materialista, lleno de imágenes de violencia, obsesionado por el éxito; parecía haber perdido totalmente el sentido espiritual. No tenía idea de cómo volver a encajar allí.
Después de pasar cinco años en Tailandia, me resultó difícil entrar de nuevo en el mundo de la forma. Tuve que buscar un trabajo, encontrar un lugar para vivir, abrir una cuenta bancaria, tomar mil decisiones. Me peleaba con todos estos detalles porque, en la perspectiva general, no parecían importar demasiado. Más tarde escuché la historia de Taizan Maezumi Roshi, que le preguntó a un estudiante carpintero si la reforma del zendo se acabaría pronto. “Básicamente está hecha”, contestó el estudiante. “Solo faltan algunos detalles”. El maestro zen enmudeció estupefacto durante un momento y después anunció: “¡Pero los detalles son todo!”.
Me llevó años de trabajo y práctica en el mundo el aprender a respetar los detalles del trabajo, el dinero y las relaciones. Desde entonces, como maestro, he visto a muchas personas que como yo intentaban utilizar la espiritualidad con una forma de evitar el mundo de la forma. Éste es el caso de Theresa, cuya depresión se vio reforzada por las enseñanzas budistas sobre el sufrimiento y la impermanencia. Theresa no sabía cómo llevar a cabo los cambios que habían de transformar su vida, de modo que justificaba su estancamiento con tópicos espirituales. “Todo es impermanente y vacío”, se decía a sí misma para sentirse mejor.
El problema era que Theresa no era feliz en sus elecciones. Sus heridas y traumas del pasado la mantenían atascada en el nivel universal, espiritualizando sus problemas. Esto es habitual en los círculos espirituales.
Tanto si un budista dice que “todo es un sueño” o un cristiano cree que “todo es la voluntad de Dios”, estas verdades pueden malinterpretarse para rechazar las responsabilidades personales.
Incluso las experiencias espirituales más genuinas no nos ayudarán si nos situamos por encima del mundo de la forma.
Como comentó una vez Alan Jones, deán de la Grace Cathedral en San Francisco, “la experiencia espiritual puede realmente conducir a la fatuidad. No hay nada más insufrible que alguien que piensa que está más iluminado que todos, sin un cierto sentido del humor. Conozco personas que en algún nivel están profundamente en paz e iluminados y, sin embargo, se enfurecen si pierden el autobús. En cierto nivel, podemos aún tener cinco años de edad, y en otro ser unos santos. Eso es lo que nos mantiene humildes”.
Un día vino un estudiante a ver a Ajahn Chah y ansiosamente le confió: “Ajahn, he alcanzado el primer nivel de la iluminación”. Ajahn Chah replicó: “Bueno, eso es un poco mejor que ser un perro, supongo”. Esta comparación es un insulto terrible en Tailandia, y no se dice a la ligera a cualquiera. Contando la historia, Ajahn Chah sonrió y dijo: “Al estudiante no le gustó eso, y se marchó muy ofendido. ¡El “iluminado” estaba enfadado!”.
No debemos creernos que somos demasiado espirituales para ninguna experiencia. Si estamos enfadados, decía Ajahn Chah, debemos admitirlo, buscar las causas, conocer los detalles. Si estamos tristes o asustados o avergonzados o necesitados, esa es nuestra condición humana, el lugar perfecto para practicar. Ajahn Chah insistía en que no podíamos encontrar la libertad y la iluminación en ninguna otra parte, solo aquí y ahora. “Es aquí, en el mundo de la forma solo en la forma podemos desarrollar nuestra integridad, paciencia, generosidad, autenticidad, entrega, compasión, el gran corazón de un Buda”.
Si nos asusta vivir la vida que tenemos, la filosofía budista insiste en que exploremos nuestra resistencia. Si estamos atrapados en el miedo al fracaso, en los traumas del pasado, en la inseguridad, implicarse en el mundo puede resultarnos difícil. Necesitamos hacernos conscientes de cualquier cosa que nos esté impidiendo vivir completamente.
“No solo somos seres humanos despertando como Budas, somos Budas despertando como Seres Humanos”.
Extraído del libro “El Camino del Corazón” de Jack Kornfield
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